Vuelvo con Nieve de verano. Un capítulo bastante largo, espero que lo disfruten.
6
Desperté a eso de las siete de la mañana. Me estaba acostumbrando a madrugar, quizás era el legado de Gómez. Al observar por la ventana que no nevaba, me preparé para salir a cortar un poco de leña. Afuera estaba frío, como de costumbre, y seguramente en unas horas comenzaría a caer la fiebre del olvido. Como mencioné previamente, soy bastante débil de brazos, así que cortar la leña con un hacha fue toda una hazaña para mí. Tuve que darle varios golpes a cada tronco, tardando más de lo normal y recogiendo muy pocos pedazos de un tamaño aceptable para la chimenea.
Terminé a media mañana, ya se podía observar más movimiento en Unmei. Encendí una buena fogata y la cabaña se climatizó apropiadamente. Tomé un desayuno y para el almuerzo tenía pescado, obviamente. Había pasado toda la noche pensando en lo sucedido con el lobo, pero lo que no me dejaba dormir era lo que le había acontecido al papá de Rebeca. Lo miedos se convierten en fobia cuando superan un límite, cuando pasan esa línea invisible y derrotan a la mente y se interpone en la voluntad de la persona afectada. Lo de Gustavo fue, sin dudas, un ataque de pánico. Pero... ¿Por qué a los lobos? Seguro había una historia detrás de lo ocurrido, el problema era que él no la recordaba por culpa de la enfermedad que se anuncia todos los días a través de la nieve en el pueblo. Quería ayudarlo, tratar de buscar el origen de su miedo, buscando en su inconsciente, como un psicólogo lo hizo conmigo muchos años atrás.
Fue la primera vez, durante mi estadía, que sonaron las campanas en el pueblo. La nieve caía tímidamente cuando salí de la cabaña del Señor Gómez. La gente se aglomeraba en la casa veintitrés al ritmo estrepitoso de aquellos artefactos, así que decidí hacer lo mismo. Allí, había tres hombres bastante mayores subidos en lo que parecía ser un altar improvisado en el jardín de la morada. Uno de ellos era Adolfo Nirmia, el abuelo de Rebeca y padre de Gustavo. Al cabo de un rato, la gente dejó de venir, seguramente ya estaba todo el pueblo amontonado en aquel lugar, aunque no pude divisar a ninguna de las pocas personas que conocía en Unmei. Un hombre se acercó, pidió silencio en voz alta y luego presentó a aquellos hombres. La gente, automáticamente dejó de hablar.
_ Los tres miembros de las grandes familias de Unmei tienen un discurso que dar. Demos la bienvenida a ¡Adolfo Nirmia, Daniel Amigo y Víctor Guerrero! – al mencionar sus nombres, el sujeto levantó tanto la voz que hizo eco en las montañas y la nieve pareció detenerse un momento. Los tres ancianos eran muy similares, al menos en edad. Daniel Amigo tenía el pelo tan blanco que excusaba una cabellera rubia en su juventud, al igual que Próspero Amigo, su hijo. Víctor Guerrero era el más alto y de piel más morena que los otros dos, su pelo era bien negro, al igual que el contorno de sus ojos, revelando grandes e inextinguibles ojeras.
Adolfo Nirmia alzó la mano y comenzó a hablar con el consentimiento de sus dos compañeros.
_ Un hombre ha sido asesinado por nuestra imprudencia. Gaspar Gómez, así se llamaba, uno de los hombres a los que estudiábamos como intrusos del más allá. – el murmullo de la gente daba a entender que sabían de lo sucedido. – Sin embargo fue un error – continuó Adolfo. – este hombre no viene del vacío, él y su hijo, Ernesto Gómez, que seguro está entre la multitud, se criaron solos en el bosque, sin saber de nuestro pueblo. Luego vinieron aquí con nuestro consentimiento e ignorancia. – terminó Don Adolfo.
_ Ernesto, por favor preséntate. – continuó Daniel Amigo con un tono de voz altanero como el de su hijo.
Me dirigí al frente ante la curiosa mirada de la multitud. En la primera fila pude ver a Rebeca, prestando atención a lo que los ancianos decían. Sus ojos estaban clavados en mí. Cerca de ella estaba Próspero Amigo, siendo exactamente todo lo contrario a Rebeca, que me miraba con su ceño fruncido y la mano donde llevaba su brazalete de plata hundida en la abertura de su camisa blanca como la nieve.
Miré ferozmente a Adolfo Nirmia, que era al único de los tres que conocía. Se suponía que tenía que alimentar aquella mentira, decir que era hijo de Gaspar Gómez y que había vivido en el bosque toda mi vida. Entonces entendí que ellos no querían contarle al pueblo sobre el mundo exterior, probablemente era lo más sensato, puesto que vivían en paz, y abrirles la mente sería contraproducente para ellos. Dependía de mi palabra el cambiarles drásticamente la forma de ver el mundo. Solo miré a Rebeca, traté de ignorar que delante de mí había cerca de mil personas, ella me esbozó una tenue sonrisa como tratando de dar consentimiento a aquella mentira.
_ Así es, soy hijo del difunto Gaspar Gómez y he vivido toda mi vida en el bosque, hasta que finalmente nos atrevimos a vivir con ustedes y asesinaron a mi padre. – terminé. Muchas personas miraron al suelo, seguro sentían culpa. Sin embargo, Próspero Amigo, con una cara totalmente diferente a la típica suya, dio un par de pasos hacia delante, apuntándome con una mirada de total enojo para luego retirarse de la reunión. Don Adolfo se me acercó y me dijo:
_ Él quería que contáramos la verdad. Pero solo traería caos. Ignóralo.
Víctor Guerrero dio un paso al frente y preguntó:
_ ¿Aceptarán a este hombre como parte de la comunidad? – el voto positivo fue unánime, la multitud aplaudió, entre ella, Rebeca y Gustavo también lo hicieron. Yo era miembro de Unmei y lo peor de todo es que no sabía si aquello era bueno o malo.
Al cabo de un rato quedó muy poca gente en el jardín de la casa de los Nirmia, Amigo y Guerrero. Sin embargo, decidí quedarme. Tenía que hablar con varias personas, todavía estaba confundido por lo sucedido previamente. Al primero que entrevisté fue a Adolfo.
_ ¿Por qué no me incluyeron para debatir este tema? – pregunté de mala manera.
_ Créeme chico, no estás en condiciones de negociar. Era un asunto que las tres familias principales debían debatir. Deberías sentirte contento que eres pueblerino oficial de Unmei.
Me quedé largo rato sin responder. Tenía cierta lógica lo que el anciano decía, sin embargo, habían discutido sobre qué hacer conmigo sin siquiera preguntarme que opinaba. Rebeca entró en escena luego, se me acercó, puso su mano en mi hombro y me dijo:
_ Era lo mejor que podíamos hacer Ernesto. La gente de aquí no está preparada para cambios tan descomunales.
_ Supongo que si. – respondí. – Pero yo no tengo planes de vivir por siempre aquí y olvidarme de todo mi pasado. – Rebeca puso una cara seria al escucharme. Sin dudas había adquirido cierto cariño hacia mí y al escuchar mis hostiles palabras se entristeció. Dio media vuelta, no dijo nada más, y se fue caminando más rápido de lo normal. Intenté gritarle para que se detenga pero ya era demasiado tarde. Su tristeza ahora era mía también, sin dudas, una de las enfermedades más contagiosas.
Decidí irme a mi cabaña y mentalizarme en lo que había venido a hacer realmente a aquel valle. Mientras caminaba, pude ver a Próspero Amigo discutir en voz alta, casi gritando, con su padre, Daniel Amigo. No estaba de acuerdo con la decisión que tomó su padre y se lo estaba reprochando cuando me vio pasar cerca y se me acercó. Traté de hacerme el que no lo veía pero fue imposible.
_ ¡Clímaco! – gritó. – ¿por qué te prestaste para esta mentira?
_ Creí que era lo mejor para el pueblo Próspero. – respondí calmado para que se diera cuenta que estaba muy exaltado.
_ ¿Lo mejor? – ¿Vivir en una mentira habiendo todo un mundo allá afuera? No quiero ni pensar cuantas generaciones han sido engañadas. El pueblo tiene que saber la verdad.
_ Parece que tu padre no está de acuerdo con ello.
_ ¡Qué sabes tú forastero! – gritó mientras me señalaba con su dedo índice.
_ Lo siento, respondí. Pero los tres señores han decidido, yo simplemente les hice caso.
_ ¡Voy a salir de este pueblo, recorreré el mundo! – gritó nuevamente.
_ No te lo recomiendo. – le dije en un suspiro.
_ Por favor, no me vengas a decir qué hacer y qué no. Esos altos mandos de los que me hablaste el otro día… seguro se podrá negociar con ellos.
_ Ya te lo dije una vez Próspero. No podrás negociarlos.
_ Tú no quieres que conozcamos tu mundo, por alguna razón. Te molesta que lo hagamos, ese inmenso e inexplorado más allá de las montañas. Yo lo gobernaré. – explicó con extrema soberbia.
_ Quizás seas mejor gobernador que los actuales. – respondí. – pero dudo que consigas el poder suficiente para derrocarlos.
_ Eso lo veremos.
_ No vayas. ¡Vas a morir!
_ Lo siento Ernesto. – dijo más calmo. – pero no puedo quedarme aquí sabiendo que hay algo más allá afuera. – Próspero Amigo se retiró tras decir aquellas palabras. Y así se sumó un nuevo problema a mi larga lista: Evitar que Próspero salga de Unmei hasta que olvide todo lo que sabía sobre el mundo exterior.
Todo comenzaba a complicarse, a lo mejor todo el alboroto estaba en mi cabeza que tenía mil asuntos a la vez. Creí que venir a Unmei sería relajante, aunque, obviamente, no había venido a pasear. Pero desde que había llegado, había sucedido de todo y no había tenido tiempo para cerrar los ojos, respirar profundo el aire de las montañas y mirar el cielo. Solo aquella tarde que fuimos de pesca pude relajarme un par de horas, nada más.
Esa noche, el cielo estuvo despejado. Fue la primera vez que vi la luna en aquel lugar, gigante, plateada y brillante. Decidí subirme al techo de la cabaña de Gómez pese a la baja temperatura que hacía. Ante el majestuoso destello de aquel satélite adherido al atezado cielo mi mente destilaba recuerdos. Cerré los ojos y empecé a memorizar mi pasado, involuntariamente, pensar en la luna siempre me recordaba a mi amigo.
Recuerdo, que él me dijo una vez que la odiaba, ya que ésta no brillaba por voluntad propia sino que dependía del sol para hacerlo. Que era mediocre. Fue lo último que escuché de él, la última vez que vi a mi camarada con vida. Era una persona solitaria que terminó con el peor de los finales: el suicidio. Traté de comprenderlo pero no pude hacerlo, quizás no le dediqué el tiempo necesario para meterme en sus zapatos. Estaba tan enfrascado con mi trabajo, que me olvidé de todas las personas que me rodeaban.
El día de su funeral escribí un pensamiento, algo que había surgido dentro de mí tras escucharlo decir aquello. Se titulaba: “¿Qué es la luna en comparación a nosotros?” y decía:
“¿Qué es la luna en comparación a nosotros? Un pedazo de roca flotando en el espacio, sin vida aparente. Depende del sol para brillar así como nosotros dependemos del aire para respirar. No es independiente, de día es solo una sombra opacada por el sol, de noche resplandece porque éste lo desea. Al igual que nosotros, en la vida brillamos y forjamos nuestros caminos porque el destino lo desea y en la muerte somos una sombra que se deteriora con el tiempo y nos volvemos nada, somos olvidados como lo es la luna durante el día. Sin embargo, aprovechamos ese efímero momento para transpirar sueños y trazar objetivos, al igual que el satélite lo utiliza para transpirar belleza e iluminar nuestras almas. Está en nuestra naturaleza buscar luz propia o alcanzar algún brillo aunque a veces necesitemos una ayuda, como la necesita la luna del sol. Si se piensa de este modo, la luna se rebaja a pedir ayuda, muestra su inferioridad ante el sol, pero a la vez es muestra de humildad en comparación al imponente y aburrido antónimo que todo lo puede y lanza rayos de soberbia.
A mi me agradan las personas que se parecen a esa roca que brilla de noche y no les interesa pedir ayuda o intentar ser siempre el centro de atención, más que las que se parecen a la luz que siempre quiere demostrar estar encima mío.
La luna no es mediocre, querido amigo. Simplemente necesita ayuda como todos nosotros, como tú la necesitaste y yo no te la supe dar. Mis disculpas.”
Llegaban muchos recuerdos a mi mente, la cual era una repisa donde éstos se almacenaban, algunos llenos de polvo por las pocas veces que los percataba, de otros, hasta me sabía todas sus páginas sin abrirlos. Éste que recordé al mirar la gigante luna en Unmei, no se encontraba en la estantería de mi mente, se hallaba en el baúl de mi corazón, cerrado con llave, pero se abrió involuntariamente.
Sería por la reciente discusión con Rebeca, por la muerte de Gómez, por el recuerdo de mi amigo, no lo sé. Pero aquella noche, bajo la luz tenue de una luna simpática que me hacía compañía, derramé más lágrimas que en mis treinta años de vida juntos.
Como cuando me sentía deprimido en mi adolescencia, sentí la necesidad de escribir. Siempre me relajaba, me ayudaba a expulsar todos mis sentimientos y sentirme vaciado de éstos, listo para incorporar nuevos. Saqué un papel y un lápiz de mi mochila y, dejándome llevar por todo lo que allí sucedía, escribí:
Inexplicable crepúsculo con gran brillo de luna. Inexplicable noche lóbrega ante tanta luz. Inexplicables lágrimas que derrumban mi coraza. Inexplicable lugar donde me atino. Inexplicable sentir de los recuerdos, inexplicable sentir tardío. Explicable soledad en mi interior. Explicable oscuridad de mi noche pese al fulgor de la luna.
Nubes oscuras provenientes del sur taparon el cielo en media hora. A la hora de este triste acontecimiento, comenzó a nevar nuevamente. Bajé del techo y me metí en la solitaria cabaña. Allí me esperaba la chimenea encendida y comida que preparar para cenar. Había vomitado mis sentimientos a través de las gotas que caían de mis ojos y a través de lo que transcribía al papel. Ahora me sentía más liberado, listo para afrontar todos los retos que me quedaban pendientes en Unmei. Solo fue un momento de depresión, cualquiera puede tenerlo. El mío, fue un instante donde todos mis pesares acumulados estallaron.
_ Así que aquí soy Ernesto Gómez. – me dije en voz alta. - Suena muy común. Yo no soy común, soy muy singular. Así me conoció Rebeca, como Ernesto Clímaco, y así quería ser siempre. Pero debía actuar, solo eso, y lo primordial, reconciliarme con ella. Suena estúpido que con todos los problemas que tenía, el que estaba primero en mi lista a solucionar fuera ese.
Las campanas sonaron nuevamente. La gente gritaba y corría de un lado a otro. Me desperté y pude notar que apenas estaba amaneciendo. Me vestí rápidamente y salí a ver que sucedía. La gente se aglomeraba nuevamente en la casa veintitrés al ritmo de aquel instrumento aturdidor. Todo parecía un deja vu del día anterior. El escenario improvisado fue colocado nuevamente en el jardín. La diferencia con fecha previa era la nieve. Más blanca y fría que nunca. De mi estadía en Unmei, puedo afirmar que aquel fue el día más helado de todos.
Los ancianos fueron presentados nuevamente, aunque solamente dos de ellos. Faltaba uno: Daniel Amigo. En su lugar se encontraba Próspero Amigo con una cara seria y mirada fija a la multitud que se amontonaba por el extremado frío.
Se escuchaban varios murmullos, y todos hacían referencia a su ausencia. En la otra punta, pude ver a Rebeca, con su cara más pálida de lo normal. Ella sintió mi lejana presencia y me localizó. Fue un crucé entre nuestros ojos que duró segundos. Luego, ambos cambiamos la dirección de nuestras miradas.
Adolfo Nirmia interrumpió rápidamente mis pensamientos cuando comenzó a hablar.
_ Dejaré que su hijo dé la noticia. – dijo al fin. Hizo un ademán con su mano a Próspero quien pasó al frente y comenzó a hablar.
_ Gracias Don Adolfo. – dijo. La noticia por la cual todos están despiertos a estas horas de la madrugada es la siguiente: Mi padre ha muerto. – el murmullo se convirtió en voces con vida propia, sollozos y exclamaciones por doquier. También quedé impactado ante tamaña noticia.
_ Ha sido una muerte natural. Ahora yo estoy al mando de la familia Amigo, como su sucesor. Y tengo el poder de decidir igual que Adolfo y Víctor. – hubo un silencio taciturno en el que todos asumían aquella novedad. Luego, Próspero Amigo continuó hablando.
_ ¡Querida gente! Yo no les mentiré. Tienen derecho a saber la verdad.
La gente comenzó a impacientarse aún más con el monólogo de Próspero Amigo. Víctor Guerrero y Adolfo Nirmia pusieron caras de pocos amigos y trataron de interrumpir al joven líder de una de las tres familias más importantes de un pequeño pueblo poco importante en medio de un valle cubierto de nieve y cambios climáticos inconcebibles.
Sin embargo, su voz tenía mucha más vida que la de los ancianos y se impuso. Próspero Amigo me señaló y dijo:
_ Él no es hijo del muerto Gaspar Gómez. Ambos se conocieron hace poco, son de afuera de las montañas, del más allá. Si señores y señoras, es como escuchan, Ernesto Clímaco, ese es su verdadero apellido, no vivió en el bosque toda su vida, se crió en otras civilizaciones. ¡Porque el mundo no acaba aquí!
_ Insolente. – gritó Adolfo con tono amenazante. – ni siquiera respetas la voluntad de tu padre.
_ Mi padre fue engatusado por ustedes. Pero yo no. – luego hizo un ademán con sus manos haciendo referencia a Adolfo y Víctor. - Estos señores han sido cómplices de la mentira. Una mentira que hizo que yo mate al pobre Gómez, pensando que era un demonio que irrumpiría nuestra paz. ¡Todo esto es culpa de ellos!
La gente allí quedó muda ante tal confesión. Yo había encontrado al asesino de Gaspar, mis piernas temblaban y mis sentidos no reaccionaban. Apreté fuertemente mis puños y caminé varios pasos. El primer sentido en volver fue el del oído, escuché que la gente aprobaba la confesión de un inocente hombre engañado que quiso cuidarlos asesinando a un presunto sospechoso. Luego el tacto, ya no sentía frío, sino calor. Mucho calor que se engendraba en mi interior. El gusto amargo en mi boca también se hizo presente. Y entonces recobré la vista. Únicamente enfocada en próspero Amigo. Así avancé varios pasos hasta que mi olfato reaccionó al perfume de Rebeca que me sujetó el hombro fuertemente.
_ ¿A donde vas? – me dijo con tono antipático. Era la primera vez que hablábamos desde que ella se había ofendido.
_ A arrancarle el cuello. – dije seriamente.
_ No es su culpa. – me dijo.
_ No creerás esa estupidez de excusa ¿no? – pregunté mirándola fijamente.
_ No lo sé. Pero si intentas golpearlo, la gente de aquí no te lo permitirá. Te matarán. Con su supuesta honestidad se ha ganado a la gente. Pobre abuelo, la mentira era lo correcto, pero ahora que se sabe la verdad, ha quedado como un ser deshonesto.
_ No me importa. – dije finalmente. Aparté el brazo de Rebeca de mi hombro y corrí hacia donde Próspero se encontraba. Con el envión logré hacerlo caer al suelo. La gente enloqueció, comenzó a gritar y abuchear. Me separaron bruscamente varios sujetos y me sostuvieron fuertemente.
_ Lo mataste. – grité a Próspero.
_ No fue mi culpa. – se limitó a responder.
_ La muerte de tu padre te benefició para tus propósitos. – comenté también en aquel disturbio.
Entonces, con la actuación más elocuente jamás vista, el sujeto del brazalete de plata, se hizo el enojado.
_ Como te atreves a insinuar que maté a mi papá. Extranjero maleducado. – mi sospecha fue una mala jugada, no era el momento adecuado. La gente me insultó más que nunca. Entonces, con una sonrisa de victoria me miró y luego al pueblo.
_ Les propongo una expedición. Salgamos del valle, ¡conozcamos el mundo del más allá!
Los pueblerinos de Unmei consintieron su oración y lo aplaudieron. Muchos estaban dispuestos a tal aventura. Todo se me había escapado de las manos. También a Adolfo y Víctor, los dos, tildados de mentirosos.
Próspero Amigo entró con los otros dos líderes a la casa para tener una reunión sobre lo sucedido. A mi me empujaron lo más lejos posible. La expulsión de ira se había fundido. Volvía a ser yo poco a poco. Solo que sumido en la impotencia de no poder hacer nada.
Para completar tan trágica mañana, Rebeca se me acercó nuevamente y me dijo:
_ Saldré del valle también. – entonces mi corazón se convirtió en una bola de nieve armada a mano. No me salían las palabras, no sabía que decir. – tu dijiste que no querías vivir aquí, que querías seguir tu vida allá, que no querías olvidar tu pasado. Entonces debe ser un hermoso lugar. – terminó ella con una tenue sonrisa melancólica. Luego se fue.
¿Lo era realmente? ¿Qué tenía de bueno mi ciudad, mi pasado, la represión, la guerra, los secuestros y una vida llena de frustraciones? Lo que había dicho, fue sin pensar. ¿Realmente quería irme de Unmei? Por mi culpa, Rebeca estaba a punto de conocer un infierno camuflado de paraíso.
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