Nieve de verano [Capítulo 1]

Bueeeeeeeeeeno, finalmente me decidí. Voy a ir subiendo los capítulos de mi novela. No está terminada y solo los iré subiendo a medida que estén corregidos, leídos y releídos por mi. Se aceptan todo tipos de críticas. 

1


Decidí olvidarme un rato de mi rutina. Lo que no sabía era que, allí, el olvido era su lógica.

El reloj marcaba las seis cuando llegué a Unmei, el sol estaba impaciente por asomarse y luchar contra la noche que moría lentamente para renacer dentro de varias horas. El camino fue inestable en todo el viaje: ríos que obligaban al desvío, grandes árboles caídos tras las tormentas y zonas montañosas intransitables. Esta última noche decidimos no dormir, la idea era llegar cuanto antes. Hacía mucho calor y ya habían pasado 3 días de arduo viaje. Las ganas de arribar a destino derrotaron al cansancio y al sueño.
            Al observar el pequeño pueblo en el valle, el guía que me acompañó dio media vuelta y se marchó. Puesto que ya le había pagado, no me quedó otra que agradecerle y darle una propina por el agotador viaje que tuvo que hacer. Aún estoy sorprendido, el pobre hombre tendría que hacer todo ese caminar de vuelta y sin descanso. Aunque pensándolo bien, era su trabajo.
En fin, me dirigí al pueblo cargando mi pesada mochila, donde llevaba muchísimas cosas que necesitaría, y fumando un cigarrillo. Tardé aproximadamente media hora en llegar ya que estaba más lejos de lo que parecía. Durante ese trayecto sentí un gran cambio de temperatura, y al mirar el cielo pude verlo de un gris opaco que me observaba como si fuera un intruso. Los grados bajaron tan bruscamente que me produjo una fascinación que pocas veces había vivido. Pasados unos diez minutos de este acontecimiento, mientras yo esperaba la lluvia, la nieve se hizo presente. Si, en verano.
Las casas estaban separadas por una triste niebla. De alguna manera, el clima de este lugar era inversamente proporcional al del resto del país. También la calma de este valle era totalmente contraria a la tensión que se vivía en el país por aquellos días con la dictadura militar.
El suelo estaba cubierto de nieve produciendo que mis botas de montaña se enterraran. Por suerte, el frío no llegaba a mis pies. Me detuve observando el lugar y luego saqué de mi mochila la carta que me había llegado semanas atrás, la culpable de que estuviera en ese sitio. Volví a leerla, ésta decía:
“Estimado Ernesto Clímaco:
Mi nombre es Gaspar Gómez y  vivo en un pequeño pueblo de las montañas llamado Unmei. Pocas veces  he salido de aquí, de hecho, muchos de nuestros habitantes desconocen otras ciudades y civilizaciones. Yo soy escritor y me apasiona recorrer diversos lugares. En mi última visita a la capital, averigüé sobre algún investigador y, tras varias recomendaciones, llegué a usted. No quiero hablar  con la policía, la gente de aquí es muy susceptible y que vengan los militares sería una catástrofe. Sería un honor para mí que usted venga y me ayude con un curioso caso. Por lo pronto, le pediré que no cuente quién es usted a los habitantes de Unmei,  al menos hasta contactarse conmigo. Vivo en la casa número cuarenta y seis. Gracias. Espero su respuesta.”
El señor Gómez tuvo suerte. Yo necesitaba un cambio de aire. Me había rehusado a participar en una guerra por simple cobardía e ir a la montaña me pareció una buena idea para esconderme de los militares. Aparte, eso de “curioso caso” me llamó deliberadamente la atención. Se ve que este escritor supo como atraerme a su pueblo.
Averigüé bien donde quedaba el lugar y contraté un guía cuanto antes, lo cual me costó mucho. Pocas personas sabían de la existencia de este pueblo. Recorrí las ciudades más cercanas al valle, pregunté en todos lados sin éxito alguno, hasta que un hombre, al escuchar el nombre “Unmei” admitió saber donde quedaba. Fue mi guía.
“Nadie sabe que existe Unmei, pero los de ese pueblo tampoco saben que existe el mundo exterior” fueron sus palabras. No las entendí y tampoco les di mucha importancia. Era el primer hombre que decía conocer el lugar, no me quedaba otra que confiar en él, o nunca llegaría al destino deseado de todos modos.
Me dirigí a la casa cuarenta y seis sin prisa ni pausa, recorriendo con la vista todo lo que sucedía a mí alrededor, que realmente era muy poco: algunos hombres sacando la nieve de la puerta de sus hogares con una pala que me veían con cara extraña, mujeres lavando la ropa con baldes de agua tibia que largaban vapor, las cuales también me ignoraban o me miraban de reojo. -Es normal - me dije - aquí todos se conocen mutuamente-. La niebla empeoraba mi campo de visión, aún así, a medida que me acercaba a los establecimientos, podía verlos con nitidez. La mayoría de las casas eran similares unas de otras, todas cabañas hechas con madera gruesa, probablemente de un árbol común por esos lares. Excepto una que me llamó exageradamente la atención. Era el doble de alta que el resto. Estaba elegantemente trabajada, pintada y decorada. De sus varias chimeneas salía humo y en su entrada había varios faroles con velas en su interior, todas encendidas aunque era de día. El jardín de la entrada estaba cubierto de nieve, pero sus árboles eran preciosos, lástima que no sabía de botánica para describirlos mejor. La casa, sin dudas, tenía una tendencia japonesa, aunque mezclada con estilo occidental. Su diseño era muy particular y original. Sin dudas allí vivía la familia más importante y de renombre, o eso daba a entender tamaña arquitectura. Quizás, el nombre del pueblo (en japonés) tuviera que ver con esta posada.
Luego de dejar atrás aquel hogar que tenía el número veintitrés, el resto me parecieron precarias y aburridas, así que dejé de prestarles tanta atención.
Finalmente llegué a la ansiada casa donde dormiría varias noches, era igual al resto. Hubiera deseado que la cuarenta y seis sea la veintitrés y viceversa, pero tampoco estaba acostumbrado a tantos lujos en mi ciudad, así que no me quejé. Observé a través de las ventanas, las cuales tenían unos gruesos vidrios, probablemente para soportar este insoportable frío. Estaban tan empañados que no pude ver el interior de la localidad. Alcé la vista y contemplé como el humo que salía de la chimenea se mezclaba con la niebla.
Toqué la puerta suavemente, luego recordé que era muy temprano y probablemente el señor Gómez estuviese durmiendo. Sin embargo, alguien abrió la puerta pasados unos segundos. Era un hombre de unos cincuenta años, tenía una barba grisácea de un par de días, la frente blanca y el pelo del mismo color que el de su pera, unos brillantes ojos celestes que se ocultaban tras unos anteojos para leer. Al verme, el señor se sacó los anteojos y abrió sus párpados estrepitosamente. Luego comenzó a hablar.
_ De unos treinta años, ojos marrones, cabello negro, delgado y bastante alto. Una pequeña cicatriz cerca de la boca. ¡Sin dudas es usted! ¡Bienvenido Señor Ernesto Clímaco! Yo soy Gaspar Gómez. Pase, hace mucho frío afuera. – comentó el hombre exaltado.
_ Gracias, le faltó el detalle de mis grandes ojeras – respondí atónito – ¿de donde ha sacado esa descripción sobre mi? – le pregunté.
_ Jajaja, no quise sonar ofensivo. Antes de mandarle la carta averigüé un poco sobre usted. Espero que no le haya molestado – Rió el señor Gómez en un fuerte intento de parecer simpático. Algo que no le salió muy bien, detrás de esa sonrisa había mucha angustia, pude notarlo en el acto, como si fuese un fantasma que se alojaba en su interior, y por más que intentara ocultarlo, el espectro de la tristeza y de un pasado oscuro florecía en su rostro y sus gestos.
_ No, está bien. – respondí luego de estudiarlo unos segundos.
Luego entramos y nos sentamos en unas hermosas sillas de madera que seguramente él había construido. Dejé la pesada mochila en el suelo.
_ ¿Puedo fumar? – pregunté cortésmente
_ ¿fumar? ¿Qué es eso? – El señor Gómez se quedó estático como si hubiera visto un ángel o un demonio, me contemplaba sin entender lo que le preguntaba.
_ ¿Aquí no conocen el tabaco?
_ ¿Tabaco?
_ Deje, no se preocupe – respondí algo impaciente, ese tema me estaba sacando de quicio. Suelo ser impaciente para hacer entender algo a las personas. Jamás hubiera podido ser maestro.
_ Le prepararé un té calentito, ¿como se le ocurre venir solo con un buzo? – preguntó Gaspar Gómez como si estuviera regañándome.
_ Creí que haría calor – me limité a responder
_ ¿Calor en verano? Es usted una persona graciosa, Señor Clímaco. – el hombre reía a carcajadas mientras me servía el té.
_ Es lo normal ¿no? – pero el hombre no respondió. Simplemente siguió riendo, dando a entender lo ilógico que yo sonaba. Cambié de tema rápidamente porque estaba volviendo a la misma absurda situación que con el cigarrillo. Tomé unos sorbos de aquella bebida caliente, estaba sorprendentemente sabrosa. Me produjo un gran bienestar en mi frío cuerpo. Finalmente, procedí con la conversación.
_ No puedo creer que un pueblo tan alejado del mundo esté tan civilizado. – comenté. – incluso hablan español. Confieso que temí encontrarme con gente de habla aborigen. – luego solté una risa de compromiso.
_ No, a pesar de que nadie sale del pueblo, nos quedó la cultura de nuestros antepasados, que aparentemente eran europeos. Pero si le preguntas a los habitantes como saben el lenguaje, no lo recuerdan. – explicó él, ¿Por qué no lo recordarían? Me pregunté en mis adentros.
            _  Ya veo, bien Señor Gómez, me gustaría saber con lujo y detalle porque me ha mandado esa carta. – el señor respiró profundo y se sentó. Luego comenzó a hablar tranquilo.
_ La razón por la que lo invité, es la siguiente. Como le he contado, yo soy escritor y viajo mucho. Suelo visitar pueblos y ciudades, es por eso que no olvido.
_ ¿No olvida? – pregunté. Nuevamente el señor Gómez salía con ese tema, aparentemente era imposible evitarlo.
_ Verá, este pueblo tiene algo extraño. Esta nieve que usted puede ver, es un fenómeno paranormal, una plaga llamada fiebre del olvido. La gente que vive aquí desconoce todo lo que pasa afuera. Este fenómeno, hace que pierdan noción del mundo, ellos creen que el mundo es solo este valle, este bosque, este pueblo. Si te quedas a vivir aquí por mucho tiempo, te pasará lo mismo. Yo pude escapar de la enfermedad del olvido gracias a que dejo el pueblo al menos una vez al mes. Pura casualidad, caí al río y cuando desperté me encontraba enganchado a una rama, muy lejos del valle. Los habitantes que no abandonan el pueblo, no saben que pierden la memoria, gracias a este accidente, yo pude darme cuenta. – el señor hizo una pausa para que yo acomode mis pensamientos, seguro me vio bastante consternado. ¿Realmente existía este lugar?, parecía un sueño.
_ ¿Y por qué no anotan lo que hacen para no olvidarse?
_  No es tan simple, las personas de aquí no consideran al olvido como un mal. Creen que es algo natural, que nació con ellos y morirá con ellos. En realidad, desconocen completamente de esta nieve que cae y los enferma. Ellos viven su vida como si fuera algo lógico, y parecen felices. Además no pierden facultades que aprenden aquí, como leer, escribir, pescar, cazar, coser ropa, etc. Es decir, lo esencial lo conservan instintivamente. Pero olvidan a las personas que mueren o que se van. Tampoco saben del pasado de este lugar, el cual creo yo, que es el culpable de esta anomalía natural.
_ ¿Cómo sabe que el virus está en la nieve?
_  Al ser el único consciente de la plaga,  me desesperé y estudié lo que aquí sucedía por años. Hallé un par de cosas. En español solo encontré un papiro que decía “La nieve del olvido y el secreto de la inmortalidad, por Nicolás León”. Fue entonces cuando relacioné la nieve que cae aquí usualmente con el problema de la memoria de la gente. Sin dudas es una bacteria rara que se encuentra en los copos de nieve. Junto a ese título encontré unos manuscritos escritos en otro idioma que no pude descifrar. Debe ser una lengua inventada. Por eso le digo que la historia de este lugar es la clave.
_ ¿Donde los halló? – El señor Gómez desvió la mirada y, sintiendo vergüenza, luego expresó:
_ No lo recuerdo.
_ ¿Los tiene aquí?
_ Si, se los daré para que los lea. Pero la verdad es que son complicados, los estudié mucho pero no pude sacarles nada.
_ ¿Alguien en el pueblo sabe ese idioma?
_  No, nadie sabe, o mejor dicho, no recuerda este idioma del pasado. Además, si se enteran que tengo estos pergaminos sagrados que ni siquiera ellos conocen, creerán que los robé, quemarán mi casa y probablemente nos asesinarán a ambos.
_ Ya veo, aún así démelos. Trataré de descifrarlos un poco. – me interesaban mucho realmente.
_  Como usted guste. Mientras, seguiré explicándole un poco sobre esta enfermedad. Para los pueblerinos la fiebre del olvido es algo común y corriente. Como el viento, el hambre o el amor.
_ Si las personas son felices así, ¿que se supone que debo hacer….
_ Todas menos yo. – Interrumpió - Perdone mi egoísmo, pero aquí ocurrió algo muy feo que, por culpa de la fiebre del olvido, los habitantes no lo recuerdan. Excepto yo. Ocurrió hace dos años, conocí a una mujer en una ciudad cerca de la Capital. Nos enamoramos prontamente y le ofrecí venirse a vivir conmigo a Unmei. Luego de un año aquí conviviendo con ella, ambos nos olvidamos del mundo exterior, de la gente y de las cosas ilógicas que suceden allá afuera. Es decir, como el resto de los pueblerinos. Ella quedó embarazada y todo parecía del color escarlata de las rosas. Sin embargo, a dos meses de que mi hijo naciera, ella fue asesinada. La encontré una noche fría que, curiosamente, no nevaba, con una apuñalada en su estómago. Así perdí todo lo que amaba. Aunque había olvidado todo lo que se encontraba afuera y creí que el mundo era Unmei, me sentía tan deprimido y angustiado que me fui. Empecé a caminar y salí de las montañas. Fue entonces cuando recordé todo nuevamente. Si no hubiera salido por casualidad, como aquella otra vez, hubiera terminado olvidándola.
_ Lo lamento – fue lo único que se me ocurrió decir. Estaba algo incómodo así que encendí un cigarrillo y ante los ojos atónitos de un hombre que conocía el mundo más allá de Unmei pero que no llegó a saber lo que era el tabaco, lo fume suave y lentamente.
_ No se preocupe... – dijo Gómez con tono melancólico. – Bueno, seguiré con la historia.
_ Por favor.
_ Los siguientes meses tratamos de localizar algunas pistas con varios amigos de aquí, pero el asesinato fue muy bien planeado. No dejó rastros. Y lo peor de todo vino después, los habitantes, poco a poco, se olvidaron de la existencia de mi novia, de mi futuro hijo, de su muerte y asesinato. Todos excepto yo, que gracias a que salía frecuentemente de aquí, pude mantener mi memoria.
_ ¿Está seguro que es el único que sale de Unmei? – pregunté curioso.
_ Eso creo, al menos la gente siempre se olvida de mí cuando me voy y regreso. Si alguien también conservaría su memoria intacta, me reconocería cada vez que vuelvo ¿no? Conozco a todos los habitantes, y ninguno se acuerda de mí.
_  A menos que el asesino finja perder la memoria.
_ ¿Usted cree señor Clímaco? – preguntó incrédulamente el señor.
_  Si es un asesino astuto, es bastante probable.  Tendremos que vigilar quien sale del pueblo.
_ Pero nosotros también tenemos que abandonar este lugar cada cierto periodo de tiempo, de lo contrario nos infectaríamos con la fiebre del olvido. Una vez que te enfermas, no hay vuelta atrás.
_ Habrá que turnarse – sugerí. – por lo pronto somos dos contra uno. ¿Hasta donde llega el rango de la nieve?
_ Debes salir del valle. – respondió él. Allí jamás nieva.
_ Ya veo, si vamos a alguna ciudad somos hombres muertos.
_ ¿Por que? – preguntó Gaspar.
_ Porque, supuestamente nos estamos escondiendo para no participar en la guerra de Malvinas. Vaya a saber uno lo que los militares nos harían. – respondí. Tuvo suerte de salir de aquí en épocas más calmas. – expliqué luego.
_ Ya veo… - expresó Gómez consternado y lleno de miedo.
_  Mañana comenzaré a estudiar este lugar y sus habitantes. – . Estoy agotado, ¿le molesta si me voy a dormir? Mañana arrancaré a estudiar el lugar.
_  Claro que no, puede dormir en una de las habitaciones de esta cabaña. Se la prepararé enseguida. Pero antes, debe cenar algo.
_  Está bien, gracias de nuevo.
_ No, acéptelo como una forma de agradecer todo lo que está haciendo por mí.
_ Bien. – la verdad no me interesaba ganar dinero. Para mi eran unas vacaciones, además hacía lo que más disfrutaba. Un hobby que tenía en mis tiempos libres, cuando el trabajo de periodista no me exigía mucho. Así como hay gente que le encanta investigar a los ovnis o a los fantasmas, a mi me divertía investigar misterios que van más allá de todo eso, que tiene que ver con la naturaleza, con cosas que el hombre común y corriente desconoce pero que, seguramente, existen en este vasto mundo. Al menos, encontré una historia bastante intrigante allí, en Unmei.
Pasamos toda la mañana y la tarde poniéndonos al tanto. Fue un día bastante aburrido para una tercera persona que presenciara la escena, pero para mi fue como descubrir un mundo nuevo. Además, Gómez se mostró muy interesado en el mundo exterior, así que le expliqué, como pude, lo que sucedía aquellos días en el país.
Esa noche cenamos una sopa muy rica que el señor Gómez preparó. Luego me dio aquellos manuscritos. Me disculpé y me fui a mi habitación. Muy humilde pero linda, con una cama, una mesa y una chimenea me bastaba. Me encontraba maravillado al pensar que todo había sido construido por él. Afuera, ese fenómeno llamado Fiebre del olvido atacaba incesantemente las casas, miré por la ventana mientras anotaba un par de pistas interesantes sobre las incoherencias del día: el cambio climático abrupto en el pueblo, denominar verano al invierno, una enfermedad en la nieve, un asesinato años atrás. Luego me acosté y me dormí rápidamente debido al largo viaje de la noche anterior. Extrañaba una cama.

2 comentarios:

RG Wittener 6 de agosto de 2011, 22:47  

Bueno, Guara, en principio confieso que sólo he leído algunos fragmentos del texto. De los primeros párrafos salté hacia adelante, así que no te puedo hacer un comentario en profundidad.
En principio, procuraría evitar esas repeticiones de palabras que cometes (temperatura, por ejemplo), y también haría un esfuerzo para reducir el número de veces que usas la palabra "que". También hay algunas formas de expresarte que me imagino que son más comunes en la zona donde vives, pero a mí me resultan ajenas.

Espero que no te parezca una crítica muy dura, sobre todo siendo el primer fragmento que presentas. Mi (humilde) opinión es que deberías darle un repaso al texto, y pulirlo sin miedo a cortar cosas o reescribir otras.

Mucha suerte y espero leer otras cosas tuyas.

Andrés Guaranelli 6 de agosto de 2011, 23:19  

Primero, gracias por comentar.
Segundo, yendo al tema. Tenés razón, uno suele caer en las repeticiones de palabras, y por más que revise muchas veces, necesita de otra persona para darse cuenta. No te preocupes, subirlo al blog fue una manera de "pedir ayuda". Necesito críticas objetivas también, al fin y al cabo no es una edición oficial, simplemente un blog personal que usaré de borrador y donde los seguidores podrán leer y, si quieren, comentar. Iré editando y corrigiendo de acorde a lo que me parezca que me equivoqué, como por ejemplo, en el uso de algunas repeticiones.

Sobre las palabras, mejor así. Quiero usar algunas palabras típicas de mi país.

Espero que sigas comentando! Saludos!

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