_ Si hablamos de olores, es imposible olvidar a Rolando. –
me dice el señor tras dar un golpecito al suelo con su bastón. Un viejo palo de
madera que lo sostiene hace ya varios años. En él se pueden encontrar
diferentes tipos de iniciales, frases muy pequeñas y dibujos indescifrables,
tallados con un cuchillo, de los que solo su dueño puede explicar su
significado.
_ Se lo digo por experiencia. – continúa ya sentado. – Al
quedarme ciego, he mejorado mucho el resto de mis sentidos; especialmente el
olfato.
Me resulta imposible evitar dirigir mi mirada hacia su
nariz. Supongo que es algo típico del ser humano, que nos hablen de algo en
particular y tengamos que dirigir nuestra vista o nuestra imaginación hacia
ello. De sus fosas nasales puedo observar unos pelos que parecen patas de
arañas bañados en lo que pareciera ser moco seco. Siento la bilis llegando a mi
garganta y desvío rápidamente la vista hacia la ventana. La lluvia me
tranquiliza. Finjo que me acomodo en mi asiento y continúo oyéndolo.
_ Rolando fue un hombre que nunca se bañaba. Toda persona
que pasaba a su lado se tapaba la nariz por costumbre más que por instinto. Yo
creí que era un pordiosero o algo así, pero estaba equivocado.
Cierto día lo encontré sentado en un banco de la plaza. Allí
se encontraba, con sus piernas estiradas y abiertas. Su mirada contemplaba los
enormes árboles que gracias a dios poseemos en nuestra ciudad. Yo me encontraba
paseando a Chicho, mi perro, aquel que me acompañó veinte años; en paz
descanse. Pero no voy a aburrirlo más
con mi mascota. Entonces, sin que yo me lo esperara, Rolando me dirigió la voz.
_ Ah, los perros. – dijo. – suelen tener peor olor que las
personas. El mundo es injusto realmente.
Me acerqué a él y le pregunté por qué lo decía.
_ Las personas creen que pasándose jabón podrán limpiar el
putrefacto olor de sus almas.
Entonces, poniendo cara de misterioso y bajando la voz
gradualmente dijo:
_ Los perros saben distinguir el verdadero olor de la gente.
Aquello que me dijo Rolando quedó marcado dentro de mí por
siempre. Así fue como traté de distinguir a las personas por su olor por el
resto de mi vida. Como le dije, la ceguera me ayudó mucho, pero si no hubiese
sido por lo que me dijo ese hombre, jamás habría alcanzado este nivel olfativo.
Comencé a tener una percepción excelente para saber con qué
clase de gente amigarme y a cual rechazar.
_ ¿Y qué conclusión sacó de Rolando? – pregunto.
A eso estaba llegando. Cierto día escuché a las chusmas del
barrio comentar sobre el hombre sucio. Trataban de buscar una solución, de
hacer que se bañara o simplemente de expulsarlo de la plaza llamando a la
policía. Yo interrumpí y dije:
_ Ese hombre es el más limpio de todos. Sólo nos está dando una lección.
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