18:55

Nuevo cuento. Hacía mucho que no subía uno nuevo ^^




18:55

“Ese árbol da limones perfectos.”
Caía un aguacero feroz sobre la granja de Ulises Balaguer cuando despertó de una de sus rutinarias siestas.  Echó un par de bostezos y se levantó mientras estiraba un poco los brazos y oía los truenos que rugían afuera de la casa. Se colocó las pantuflas y caminó despacio hacia la cocina arrastrando los pies y quejándose por no haber encerado el piso de madera. Apagó la radio que había quedado encendida desde la mañana cuando Estrepitoso comenzó a rascar la puerta porque se estaba mojando y sus aullidos enternecieron el corazón de Ulises que decidió abrirle. El animal, muerto de felicidad, comenzó a secarse como lo hacen los perros, acción que irritó a Ulises y decidió ayudarlo con una toalla.
_ Mirá que no me esperaba esta tormenta, Estrepitoso, y yo sé mucho de clima. – balbuceaba mientras el animal se quedaba quietito al pasarle la toalla. Era raza perro, de tamaño mediano, color negro con una franja blanca en el hocico.
Una vez secada su mascota, preparó el mate. Tenía muchas cosas que hacer, pero con aquella lluvia no tenía pensado siquiera asomar la nariz afuera de la ventana. Lo primero que pensó fue en preparar una buena cena para su perro y él y, mientras, leer un poco de Hemingway, pero todavía era temprano. Estrepitoso fue el sucesor de su siesta, se acurrucó como una bola en el sillón de cuero que tantas generaciones había vivido y se durmió plácidamente, aunque de vez en cuando sus orejas se movían al compás de los truenos. Mientras contemplaba al perro y tomaba mates se puso a pensar en aquel sueño que había tenido esa tarde. Algunas partes se le habían borrado de la memoria, pero otras las tenía presentes, como aquella frase que Modesto le dijo antes de despertar. Se preguntó si aquello tenía algún sentido y si Modesto realmente existía o solo fue una persona inventada por su inconsciente. La realidad es que le parecía poco creíble que alguien pudiese llamarse así, pero no lo descartó, con la vejez había perdido bastante capacidad de retener información.
Afuera el cielo estaba negro y parecía de noche.
Cuando se paró a cambiar la yerba recordó abruptamente gran parte de su sueño. El shock fue tan grande que exhaló aire ferozmente provocando que  Estrepitoso se despertase y quedase mirándolo sin entender.  “Buscalo aunque llueva, es la clave”. Eso fue lo que más le dio vueltas en la cabeza. Así que cambió rápidamente de parecer y sin importarle agarrarse una jodida gripe se calzó sus botas para el barro, su impermeable y salió a pesar de la tempestad. A su fiel compañero no le molestó mojarse por segunda vez en el día.
_ Cuando regresemos te preparo una rica cena, Estrepitoso. El canino no comprendió sus palabras pero movió la cola y ladró como asintiendo.
Perro y dueño se adentraron por un camino enlodado. Lo más probable es que si Estrepitoso hablase le hubiera preguntado “Patrón, ¿Adónde vamos?”, aún así lo siguió pues con determinación de encontrar su destino o no, Estrepitoso seguiría a Ulises así fuese al mismo infierno. Llegaron al pequeño establo y allí Ulises ensilló a Jesica, su yegua, un hermoso corcel color blanco como una nube. Necesitaba ir más rápido, no porque tuviese un límite de tiempo, sino porque estaba ansioso.
A Estrepitoso le resultó complicado seguir las zancadas de Jesica, aún así procuró no perder de vista a su amo y seguirlo a su ritmo. Las gotas frías golpeaban la cara y el cuerpo de Ulises, a veces le resultaba difícil la visión, pero tenía que encontrar ese limonero. Jamás en sus setenta años de vida había hecho caso a un simple sueño, pero ese era especial, había sido tan real que cuando Ulises lo recordó no pudo sino actuar aunque pareciera una estupidez lo que estaba haciendo. Si al final de cuentas no encontraba el árbol resplandeciente de limones perfectos lo mandaría a la mierda y volvería a su casa a tomar un mate calentito, pero, por lo pronto, necesitaba intentar la búsqueda.  Mientras cabalgaba a buen ritmo atravesando la tempestad recordó a qué hora se haría de noche, “el almanaque de esta mañana decía: El sol se pone a las 18:55”. No llevaba reloj consigo pero sabía que no faltaba mucho para que anocheciera, además el clima ayudaba a que todo estuviese más oscuro. La pobre Jesica comenzaba a manchar su virgen color blanco, Ulises prometió darle una buena lavada cuando regresaran.
Transcurridos unos cuantos minutos se sintió muy orgulloso de sí mismo por haber hecho caso a su sueño. A la distancia pudo divisar a Modesto erguido sobre un caballo negro azabache. Aceleró el paso para encontrarse con él cuanto antes. La lluvia se convirtió en llovizna cuando Ulises frenó su yegua frente a Modesto, al rato llegó también Estrepitoso con la lengua colgando como una prenda puesta  a secar.
_ Verá Don Modesto, anoche soñé con usted y sentí que tenía que buscarlo. Pensará que soy un viejo loco.
_ Nada de eso Ulises. – replicó Modesto. Era un hombre de modales refinados, de buen temple físico y parecía muy seguro de lo que hacía (pese a estar parado en medio del campo un día como ese). – Verá que yo sabía que nos encontraríamos aquí.
Trataron de ponerse al día. Modesto ya sabía del limonero y, más que un hombre desorientado por sus sueños como era Ulises, parecía una especie de guía.
Cuando comenzaron a cabalgar, la lluvia ya había menguado y el camino se hizo un poco más transitable. Resulta irónico hablar de “camino” teniendo en cuenta que Ulises no tenía idea hacia dónde se dirigía. Algunos rayos de un sol que comenzaba a dormirse alumbraron el horizonte iluminando un paisaje natural hermoso, los árboles que iban perdiendo de vista con el andar dejaban caer de sus hojas gotas cristalinas, el césped aún mojado brillaba como si estuviese encerado y a lo lejos en el cielo podía divisarse un arcoiris magnífico. Entonces, en un momento dado, Estrepitoso comenzó a ladrar y dar volteretas, Jesica hizo un leve relincho y Ulises Balaguer agradeció a dios tener el sentido del olfato intacto, pues de aquel limonero resplandeciente, que no parecía haber sido atacado por la tormenta, se podía percibir un aroma a fruta y naturaleza que invadió el aire y las narices de los allí presentes. Estaba bastante escondido, camuflado entre otros árboles.
Modesto se bajó de su caballo y arrancó una hoja del árbol, acto siguiente la olió y suspiró.
Ulises también descabalgó de Jesica y caminó rumbo al limonero. Fue entonces cuando, a medida que avanzaba, sintió una y otra vez ese shock que lo había acusado un rato antes en la casa. La diferencia fue que esta vez fueron más poderosos, tanto que su entorno comenzó a remolinarse como una tempera que es revuelta por un dedo. Modesto permaneció siempre impasible, sabiendo todo lo que estaba sucediendo y fue su última imagen lo que Ulises vio antes de desmayarse en un mar de recuerdos.
Tenía doce años, octubre, sus pequeños brazos abrazaban fuertemente la cintura de su madre que cabalgaba a un ritmo veloz. La escuchaba gritar de alegría “Vamos Jesica, quiero que el viento me dé en la cara” y él sonreía al ver como aumentaban el ritmo, pese a que por dentro estaba bastante asustado por el vértigo. Atravesaron un buen tramo del campo con rapidez hasta que llegaron a un lugar que su mamá consideró propicio para descansar.
_ Acá vamos a plantar el limonero, Ulises. – le dijo ella con esa sonrisa optimista que Ulises recordaría hasta sus setenta años de vida.
Él se contagio de esa felicidad y ayudó a su mamá a cavar un pequeño pozo. Cuando terminaron se quedaron un buen rato sentados en el pasto observando el arbolito.
_ En unos años crecerá y dará limones perfectos. – le afirmó ella.
Al regresar a la casa le contó todo lo que había hecho a su padre que los estaba esperando con una cena deliciosa. Él era feliz.
Pero la trágica muerte de su madre hizo que Ulises olvidara para siempre el limonero. Era una mañana de junio cuando se enteró que tenía un tumor maligno en la cabeza. Los tratamientos fueron largos y estresantes, su padre solía llevarla hasta el hospital de la ciudad y lo dejaba a cargo, de tan joven, de todo el campo. Así pasó varias tardes de aburrimiento y desolación, de anhelo de montar sobre Jesica junto a su madre y que el viento extirpase su enfermedad. Pero eso jamás sucedió y ella murió meses más tarde. Para cuando la adolescencia le daba la bienvenida se descubrió como un muchacho triste que vivía sólo con su padre en medio de la naturaleza.
Quién no pudo superar jamás la muerte de su madre fue Jesica, la yegua fue encontrada muerta por Ulises semanas después. Jamás trataron de buscar una causa a su muerte, pues era obvio que había muerto de tristeza.
Cierta tarde de primavera, cuando regresaban del campo en la vieja camioneta roja de su padre, encontraron un perro cachorro al costado del camino de tierra. Estaba abandonado a su suerte, necesitaba leche o moriría. Ulises, ya convertido en un hombre adulto, no dudó en pedirle a su padre que frenara la chata. Aquella pulguita negra con una manchita blanca removió todo su interior con solo levantarlo. Estaba totalmente decidido a criarlo. Fue su padre quien decidió que el perro se llamase Estrepitoso. El fallo fue tomado cuando el perro se ganó dicho nombre tras arruinar todos los cordones de las zapatillas, hacer pis donde le diera la gana y cortar el más armonioso silencio con sus ladridos agudos. Sin embargo, el animal trajo felicidad a esas dos personas.
Pero lo trágico no habría de acabar aún. Pasado aproximadamente un año de encontrar a Estrepitoso, Ulises se encontraba leyendo en una cama paraguaya a la sombra de un árbol cuando vio cruzar la tranquera un auto de la policía. El oficial le preguntó si la descripción de la camioneta y la patente coincidían con la de su padre. Esa mañana habían encontrado el vehiculo en una banquina totalmente destrozado muy cerca de allí. En él fueron hallados tanto su padre como Estrepitoso… muertos. El perro solía acompañar a su padre a la ciudad a hacer las compras.
_ Al parecer sufrió un paro cardíaco mientras manejaba y perdió el control del volante.
Esas fueron las explicaciones del oficial.
El destino parecía adjudicar soledad a Ulises Balaguer. Ya abatido se rindió a una vida alejada de la sociedad y de las relaciones. Su existencia fue un resistir. Jamás pensó en el suicidio pues comprendió que, así como a sus seres queridos les había llegado Modesto, también lo haría a él. Y así fue.
Despertó sin dolor, a su alrededor calma, cielo despejado. Sus pupilas hicieron contacto con el limonero de su madre y sus frutos dorados, con la yegua Jesica y con Estrepitoso que movía la cola y daba volteretas. Sus dedos, totalmente rejuvenecidos, arrancaron un poco de pasto y luego lo dejó mecerse al viento. Logró sentarse y acariciar a su perro. Lejos, en el horizonte divisó la silueta de Modesto alejándose en su caballo negro, como un héroe que se retira de la escena tras cumplir su objetivo.
_ No fue un sueño, Modesto fue la conexión. – susurró. Luego se puso de pie, montó sobre Jesica, sonrió por primera vez tras incontables años y dijo en voz alta:
_ Vamos amigos, mamá y papá nos esperan en casa con una deliciosa cena. Apuesto que hoy no anochecerá a las 18:55.

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No me sé describir a mí mismo. Lo dejo a la percepción del que me conoce y al prejuicio del que no.

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