Una y otra tormenta



Imaginá una canoa, allí te encontrás, en medio de un desierto de agua. Una fuerte tormenta acecha, las olas golpean con intensidad la madera que te mantiene a salvo. Remás lo más fuerte que podés, las gotas frías caen sobre vos, en tu frente blanca y al descubierto. El viento te zamarrea de un lado a otro pero lográs mantenerte firme, remando, como siempre. Entonces pensás y pensás. ¿Cuándo una tormenta fue eterna? Las tempestades siempre cesan, esas nubes negras que producen inquietudes y malestares, se van como vienen. Solo queda soportar, pararse firme y enfrentarla. Mirarla a los ojos aunque no tenga y demostrarle que sabés cual es su debilidad: el tiempo. Pero también sabés que el tiempo es tu rival, el de todos. Para la lluvia, que terminará yéndose y disolviéndose, y para vos, que acabarás envejeciendo…derrotando una y otra tormenta pasajera. Porque de eso se trata la vida.

Nieve de verano [Capítulo 3]


3

En la tercera mañana, durante mi estadía en Unmei, llovió. Esta vez fue opuesto al primer día. Cuando esperaba la nieve, la lluvia se hizo presente. Supongo que ese día la temperatura no llegaba a cero grados. Pero me resultó peculiar. Aún así, el virus que se transmitía a través de la nieve duraba mucho tiempo en las personas, por lo que un día de aguacero no cortaba ni curaba la enfermedad. A esa conclusión había llegado.
Me dirigí a la cocina donde se hallaba Gaspar Gómez. Siempre se despertaba antes que yo.
_ Hoy no habrá leña que cortar – dijo – llueve a cántaros.
_ Si, de todos modos queda bastante, ayer cortaste mucha. – respondí.
_ Siempre hay que tener precauciones – expresó mientras tomaba su te matutino.
_ ¿Te molesta si me preparo el mate? – pregunté.
_ Para nada, adelante.
Durante el desayuno extrañé mucho un diario que leer o escribir. M trabajo de periodista me mantenía constantemente pegado a esas tareas. Aparte, era una buena forma de matar el aburrimiento, aunque también me sentía relajado al no tener el stress de las presiones de los jefes o del gobierno y su censura. Así que decidí olvidarme, vaya ironía, de mi trabajo fuera de Unmei.
Cerca del mediodía unos golpazos a través de la puerta resonaron en toda la pequeña cabaña. Gómez se apresuró en atender excusándose que la persona que estaba afuera, se estaría empapando. Abrió la puerta rápidamente y su cara explicó lo que significaba estar sorprendido. Tres hombres grandotes entraron de golpe, uno lo tumbó en el suelo de un golpe con un palo de madera. Los otros dos se dirigieron hacia donde yo me encontraba sentado. Me puse de pie inmediatamente sin entender la situación.
_ ¿Qué sucede? ¿Por qué lo golpearon? – pregunté enojado, listo para defenderme.
_ No tienes derecho a hablar intruso, tampoco él. – y señaló al pobre Gaspar que se hallaba sangrando por su cabeza tirado en el piso de madera.
_ ¿Intruso? – sabía que esta gente aborrecía a los forasteros, pero… ¿era para tanto?
_ Silencio, vienes con nosotros. – gritó uno. No pude reconocer sus caras, se encontraban cubiertos con capuchas debido a la lluvia. Lo último que recuerdo de ese acontecimiento fue un certero golpe en mi frente, luego, todo oscuro.

Desperté en una pequeña habitación. Por la escasa luz que emanaba de la ventana cubierta de barrotes, deduje que estaba anocheciendo. Había estado desmayado muchas horas. Probablemente el señor Gómez también, aunque no se encontraba en mi habitación. Estaba oscuro y cada vez se veía menos. Observé a mí alrededor, en la penumbra me di cuenta de que estaba completamente solo, acompañado de esa triste ventana rejada y una puerta que estaba cerrada con llave. No estaba atado, no era necesario, escapar de allí era imposible.  Aún me encontraba mareado, y decidí sentarme a esperar ser dueño de mi visión. Quizás el mareo continuaría varias horas más, pero al menos confiaba en que mis pupilas se acostumbraran al oscuro ambiente que me rodeada. 
 Al cabo de un rato, mientras el frío me invadía completamente, la puerta se abrió. La luz que se filtró en aquel efímero momento me impidió ver el rostro de la persona que me hablaba.
_ ¿De donde vienes intruso? – preguntó con voz áspera, decrépita y salvaje.
_ De Buenos Aires. – respondí con una voz más cobarde de lo que hubiera deseado.
_ No hay mejor aire que en Unmei, estúpido. – respondió.  Claramente no sabía que me refería a una ciudad. – Afuera del valle está la nada, el infierno de donde provienes criatura disfrazada de persona. Quieres arrebatarnos nuestras tierras.
_ ¿De que está hablando señor? – pregunté tras escuchar sus ignorantes frases.
_ Tu vienes de otro mundo, tu no eres del valle. – respondió.  – tras escucharlo, me irrité.
_ Más allá de este pueblo hay todo un mundo. Mil veces más grande que esta diminuta localidad. – expresé mientras aumentaba el tono de mi voz y la cobardía moría dentro mío.  – ¿por qué no se animan a salir de las montañas?, así sabrán que lo que digo es cierto.
_ Silencio. Solo nos quieres guiar a la muerte. No confiaremos en algo o alguien que viene de la nada misma. Será al revés. Nosotros te guiaremos a tu inevitable destino. – luego de acostumbrarme a la luz que emanaba de la entrada, pude distinguir el rostro del viejo. Arrugas en la frente y ojos como flechas. Una barba larga que le tapaba el cuello y una calvicie en su cabeza, vacía como sus recuerdos
_ ¿Qué hicieron con Gaspar Gómez? – pregunté demostrándole cierta indiferencia.
_ El otro intruso será ejecutado también. Juro por mi nombre, Adolfo Nirmia, que ustedes no sembraran anarquía ni pánico en el pueblo. – tras decir sus apocalípticas frases, cerró de un portazo.                      Ese fue mi primer encuentro con el famoso Adolfo Nirmia, el anciano del que me había hablado Gómez. Nuevamente me quedé acompañado de la oscuridad y de mis pensamientos. Todo se había complicado el triple de un momento para el otro. Seríamos asesinados por unos locos que creían que éramos intrusos malvados. ¡Que estúpido sonaba todo! Pero tenía que hacer algo. Rebeca, había mostrado gentileza conmigo y también sabía del “verdadero” mundo que hay fuera. Ella hablaría con su abuelo, al menos era la única esperanza que nos quedaba a Gómez y a mi.
La soledad me asustaba y el tiempo volaba literalmente. No sabía que hacer, las horas, los minutos, los segundos; todo pasaba a velocidades deslumbrantes. El pánico entraba en mi cabeza y derrotaba mi calma. De repente, escuché un golpe en la pared de madera.
_ Señor Clímaco, ¿está usted ahí? – preguntó Gaspar Gómez suavemente. Quizás recién se levantaba de su inconciencia a causa del golpe, quizás también había sido visitado por Adolfo y sus tétricos mandamientos.
_ Si, aquí estoy – respondí despacio, no quería que los guardias nos escucharan. A través de las paredes de madera se podía oír nítidamente.
_ Me alegro que esté usted bien – continuó. – ¿Ya recibió la visita del amigable abuelo de Rebeca?
_ Si, realmente odia a los forasteros. Nos van a matar. Pero Señor Gómez…. ¿Qué usted no estaba aquí hace un mes según sus memorias? ¿Por qué decidieron apresarlo recién hoy?
_ Tampoco lo sé Ernesto, pero supongo que me estuvieron estudiando como un espécimen que vino del más allá, fingieron ignorarme o dejarme vivir aquí, pero cuando usted llegó habrán pensado que ya era una invasión. Que planeábamos algo contra Unmei.
_ Entonces es mi culpa, perdón.
_ No, está gente está enferma y asustada, no se llene de remordimientos. – Gaspar trató de consolarme, pero era inútil. Claramente mi llegada al lugar alimentó la paranoia de un pueblo enfermo de olvido, prejuicio y creencias.
_ Señor Gómez, lo sacaré de aquí sano y salvo, aunque Unmei tenga que arder. Se lo prometo.
_ No diga incoherencias por favor, estamos sentenciados. – el pesimismo de Gaspar alimentó mi optimismo. Di un rugido al aire y comencé a golpear la madera que daba a la salida de la choza con todas mis fuerzas.
_ Romperé esta pared y luego la de usted. Después escaparemos. – al escuchar los terribles gritos y puñetazos, los guardias entraron a mi “cárcel”, si así se podía denominar esa habitación improvisada.
_ Idiota, ¿que crees que haces?
_ Es obvio, trato de escapar. – contesté con tono irónico. Ellos se acercaron y me dieron fuertes patadas en el estómago para que me detenga. En contra de mi voluntad, lo hice.
_ Así está mejor. – dijo uno mientras cerraba la puerta.
_ Seguiré golpeando hasta romperla, de todos modos, ya estoy muerto. – grité para que escucharan y se enojen. Volvieron a entrar y me golpearon nuevamente. Gómez, aullaba desde la otra habitación para que me detenga, pero era imposible. Estaba fuera de mi eje, luchando con mi instinto de vivir, no con mis pensamientos.
Me dolía todo el cuerpo, me sangraba la nariz y la boca, pero seguía insistiendo. La madera era más dura de lo que creía y ni siquiera amagaba con romperse, además del hecho de que soy un hombre débil que nunca se destacó por su fuerza de brazos. Los hombres que entraban, me golpeaban, y salían, se cansaron finalmente y me ataron. Ya no pude hacer más nada. Estaba físicamente rendido, pero espiritualmente más fuerte que nunca.
_ Ernesto, ¿se encuentra bien? – preguntó Gómez lleno de miedo. – es mi culpa por haberlo traído a este pueblo lleno de ignorantes y extraños.
_ Descuide – respondí. – hubiera recibido un castigo mucho peor en mi ciudad, era un periodista que no decía lo que tenía que decir. – confesé.
El silencio reinó durante un par de horas. No nos daban ni agua ni comida. Y el frío tiñó mis labios de un azul cielo y mi piel de un blanco como la barba de Adolfo. Cada tanto intercambiábamos frases con Gaspar para asegurarnos de que ninguno estuviera muerto o cayera desmayado por el hambre, el frío y la sed.

Perdí la cuenta de cuanto tiempo pasé desmayado cuando me golpearon, así que diré que era la mañana del cuarto día o quinto en Unmei. Tumbado en el suelo y atado de pies y manos, observaba, a través de la pequeña ventana con barrotes, la nieve que caía en un nuevo día. Esa crema blanca, fría, sin sentimientos, que contaminaba cada vez más a aquella gente sin que se diera cuenta, con el propósito de reinar sobre ellos y que nunca salieran del valle. Harto de pensar en mi muerte, comencé a recordar todo lo sucedido desde mi llegada, las cosas sobrenaturales que me habían contado como la fiebre del olvido, el verano frío, la cueva en el bosque, el pergamino indescifrable y su secreto de la inmortalidad, la mente atrofiada de estas personas, Rebeca. Sin dudas ella era paranormal, era el sol que brillaba en el pueblo nublado, el espíritu que hizo que todo este sufrimiento valiera la pena. Durante aquel lapso de tiempo en que mi mente se hallaba en órbita, olvidé la realidad.
Desperté de golpe cuando la puerta se abrió, parecía tener vida propia por momentos. Los hombres a cargo de mi custodia me desataron la soga de mis pies y me obligaron a pararme. Luego, a los empujones, salí del cuarto oscuro.
_ ¿Ya es hora de mi muerte? – murmuré entre signos de interrogación.
_ No, Don Adolfo quiere hablar contigo. – la hostil respuesta me animó un poco, al menos por dentro. Por fuera era el mismo intento de persona, lleno de sangre coagulada, moretones en todo el cuerpo y labios azulados.
 Me llevaron por un pasillo largo que daba a diversas habitaciones. En ese momento me di cuenta que estaba alojado en la casa principal de Unmei, la más grande de todas. Donde, por un lado vivían lujosamente Adolfo, Rebeca y su padre; y por el otro padecíamos Gaspar y yo. A pesar de ser solo unos metros me costó mucho llegar, tenía las piernas doloridas por los golpes y falta de energía. Finalmente arribamos a la última sala de la casa. Sin dudas, la más lujosa, rodeada de velas, paredes hermosamente decoradas de rojo y una mesa en el centro con un mantel blanco encima. Allí sentado estaba Adolfo, con su mirada penetrante, intentando ver más allá de mis ojos, buscando dentro de mí la respuesta a quién era realmente.
_ Siéntenlo – ordenó a los muchachos que me acompañaban. Luego del procedimiento, nos dejaron solos. Estaba cara a cara con aquel anciano. Había un vaso de agua, estiré mis manos atadas y lo agarré como pude. Bebí la mitad, el resto se derrochó hasta llegar a mi pecho.
_ Ahora que tomó agua podrá hablar. – explicó con tono tajante. No respondí nada, simplemente lo dejé proseguir. – estuvimos investigando sus cosas, en realidad, toda la cabaña cuarenta y seis. ¿Le sugiere algo?
_ No, seguramente habrán destruido mis cosas – contesté, y luego me acordé en un instante del pergamino y los escritos. Mi cara de preocupación me delató.
_ ¡Ajam! Se acordó – gritó Adolfo con tono triunfante. Abrió un cajón a su derecha y los sacó arrojándolos sobre la mesa. Supongo que me dirá que es esto ¿no? – preguntó con tono amenazante.
_ ¿Dónde está Rebeca? – pregunté cambiando de tema. Quería saber si ella se había enterado de que yo tenía en mi posesión los pergaminos de Nicolás León.
_ ¡Que le importa a usted! – gritó dando un fuerte manotazo a la mesa. – Conteste mi pregunta. Aquí se puede leer “La nieve del olvido y el secreto de la inmortalidad”. Luego está este papiro lleno de ralladuras que no están escritas en el idioma universal. – denominaban así al español puesto que era el único idioma que conocían en su “mundo”. - ¿Son de usted? ¿Son del otro hombre?
_ ¿Se los ha mostrado a su nieta? - Pregunté tercamente.
_ Eres un fastidio demonio, no, no se lo he mostrado. ¿Contento? Ahora responda mi maldita pregunta. – el viejo era un cascarrabias que se enojaba fácilmente, y por alguna razón, disfrutaba agotándole su paciencia. Así no era yo el único que sufría.
_ No son míos ni de Gómez. - Respondí.
_ ¿Entonces? – el ambiente estaba picante.
_ Son de Nicolás León. – respondí harto de tantas preguntas.
_ ¿Ese quién es? ¿Otro forastero? ¡Esto es una invasión del más allá! – exclamó como si fuera una obra teatral barata.
_ Él es el creador de Unmei. Usted es el líder de esta civilización, sin embargo no sabe nada del pasado de ésta. Ni como se fundó, ni de las leyendas sobre el lugar. – Finalmente largué todo, basta de secretos.
_ ¿Y viene a decírmelo alguien del más allá?
_ No me crea si no quiere. Yo le conté la verdad. Llame a Rebeca, ella es la clave. – sugerí displicentemente.
            La habitación estaba oscura, nuestras miradas chocaban constantemente mientras esperábamos la llegada de su nieta, a quien había aceptado, luego de tanto pensar, llamarla. Finalmente, ella entró de manera precipitada, corriendo a los hombres que la custodiaban. Al observarme, puso una cara de espanto que me asustó.
            _ ¿He quedado más feo de lo que era? – le pregunté mientras ella no me despegaba la vista de encima. Luego se acercó.
            _ ¡¿Que te hicieron!? Me fui de caza con mi padre un día, vuelvo y te encuentro todo golpeado y helado.
            _ Y hambriento – adherí. Rebeca sonrió levemente y luego apuntó su mirada a su abuelo. Adolfo miraba fijamente la escena, listo para averiguar todo lo que pudiese.
            _ ¡Que le hiciste abuelo! – exclamó finalmente.
            _ Es un intruso, quiere arruinar nuestro mundo.
            _ Basta de estupideces. – gritó Rebeca. – Más allá hay todo un mundo, ciudades mil veces más grandes, gran cantidad de idiomas y culturas, ¡el mundo no termina en este valle! ¿Quien les metió esa idea en la cabeza?
            _ ¿Que bicho te picó? – preguntó el anciano protestando. – es la lógica del mundo, ya está establecido. Nadie lo inventó.
            _ ¿Entonces de donde viene él? – preguntó ella mientras me señalaba con el dedo.
            _ No lo sé, por eso lo tenemos capturado y estamos tratando de sacarle información. Por eso estudiamos un mes entero los movimientos del otro intruso. Y el proyecto dio resultados. – comentó Adolfo.
            _ ¿Que dio resultados? Solo te estás basando en creencias y teorías.
            _ Entonces…. ¿Qué es esto? – el viejo hombre estiró la mano y levantó los pergaminos de la mesa. Luego se los entregó a Rebeca que los leyó detenidamente. Ella empezó a deletrear en voz alta, cada vez más pausadamente, cada vez con los ojos más abiertos, cada vez con el espíritu más excitado.
            _ “La nieve del olvido y el secreto de la inmortalidad” por Nicolás León. – gritó ella. ¡Por fin lo encuentro!
            _ ¿Lo conoces? ¿Lo estabas buscando? Rebeca, no entiendo nada y quiero que me expliques ahora. – protestó el anciano.
            _ Esto lo anotó Nicolás León, el fundador de Unmei. – A todo esto, yo era un espectador de lujo, pero tras la última frase de Rebeca, el anciano giró sus ojos aguileños a los míos.
            _ Usted también dijo esto. Debe estar manipulándola para que diga lo que usted quiera. – refunfuñó Adolfo.
            _ De hecho, ella sabía la historia y fue quien me la contó a mí. – contesté. El viejo desvió nuevamente su mirada, parecía estar enloqueciendo.
            _ ¿Es verdad? – preguntó a su nieta.
            _ Si, por alguna razón se cosas que el resto de ustedes no. Conozco mucho sobre la vida más allá de las montañas, conozco el nombre del fundador del pueblo y un poco de su historia. También las leyendas existentes sobre este lugar.
            _ ¿Me contarás todo lo que sabes? – preguntó él cambiando de tono.
            _ Puede ser bastante duro, cambiará completamente tu forma de ver el mundo. Te costará puesto que has vivido con estas creencias toda tu vida, abuelo.
            _ No importa, quiero saberlo todo. Luego determinaré si lo mejor es contárselo al resto de los vecinos.
            _ Bien, pero primero te ocuparás de Ernesto y su amigo. Los curarán y les darán de comer. También me llevaré estos manuscritos para tratar de descifrarlos. – tras oír las condiciones de Rebeca, Adolfo dudó unos segundos, me miró fijamente y finalmente aceptó. Dio la orden a los guardias de liberarme y también al Señor Gómez.
            Cuando llegaron a su habitación, Gaspar Gómez, escritor frustrado, esposo de una mujer asesinada, se hallaba tirado boca arriba, sin respirar.

Nieve de verano [Capítulo 2]



2

Me desperté a las nueve aproximadamente, un ruido bastante molesto fue el culpable. Salí en busca de su origen para encontrarme con Gaspar Gómez, quien cortaba ferozmente leña para las chimeneas.
_ Mil disculpas, no quise despertarlo, pero si no corto leña nos moriremos de frío. – explicó al verme con mi estúpida cara de dormido.
_ No se preocupe, ya estaba despierto de todos modos – comenté para que se quedara tranquilo. – iré a dar una vuelta por el pueblo si no le molesta.
_ En lo absoluto, vaya tranquilo.
Luego de abrigarme bastante con ropa que tenía en mi mochila, volví a salir de la cabaña y empecé a caminar sin un rumbo definido. No nevaba, pero estaba muy nublado y, aparentemente, no faltaba mucho para que comenzara a caer agua congelada. A diferencia de ayer no había niebla. Varios aldeanos hacían sus quehaceres cotidianos, todo parecía normal, excepto lo anormal que era el hecho de que estuvieran todos contaminados por una enfermedad jamás antes vista.
De repente, me encontré frente a una cabaña diferente al resto, pero no tan lujosa como la veintitrés. Tenía muchos faroles colgados en la pared de entrada y una puerta fabricada con grandes cristales gruesos. Pude leer un cartel medio viejo y tapado por la nieve que decía “Taberna”, simplemente eso. En su interior se podía ver bastante gente. -No está mal tomar un poco de alcohol a la mañana de vez en cuando-. Pensé. Entré, el calor era acogedor, los rostros de las personas giraron hacia mí observándome fijamente. Me acerqué a una especie de barra (solo tenía dos asientos, uno libre).
_ Buenos días, ¿Tiene cerveza? – pregunté. El viejo que atendía parecía de esos que siempre están de mal humor y te ven con cara de enojados.
_ ¿Qué es eso? – preguntó tras hacer un gesto de reproche con su boca.
_ Ya veo, no saben lo que es – murmuré levemente. – ¿Que me puede ofrecer de beber?
_ Vino o agua. – respondió. El otro hombre, sentado a mi lado me observaba lleno de curiosidad.
_ Veo que saben lo que es el vino. – pensé. – bien, sírvame un vaso de vino. El hombre tardó unos segundos en asimilar el pedido, su barba de candado parecía tener vida propia con cada movimiento que hacían sus labios. Finalmente, dio la vuelta y sirvió en un vaso viejo, vino de un gran barril.  Luego me lo alcanzó apoyándolo fuertemente sobre la mesada de la barra.
_ ¿Cuánto es? – pregunté buscando dinero en mi mochila.
_ Medio litro. – dijo el sujeto. Me quedé mirándolo sin entender. – Que medio litro tiene el vaso. – siguió. – ¿No me preguntó cuanto era? – Protestó. Al fin pude entenderlo.
_ Me refería al precio. – respondí con una sonrisa falsa. - ¿O acaso es gratis? – pregunté en forma de broma.
_ No, no es gratis. Está ahora en deuda conmigo. Yo le ofrecí vino, ¿qué me puede ofrecer usted? – era un trueque, rápidamente entendí que allí no utilizaban dinero, prácticamente no sabían lo que era. En ese sentido se veían beneficiados, sin la ambición del dinero, habría menos corrupción. Vivían de lo que cazaba, de lo que talaban, de lo que sembraban. Cada uno era dueño de lo que conseguía.
_ No tengo nada para ofrecerle ahora. – respondí. – Acabo de llegar al pueblo.
_ Entonces, ¿por qué viene, se sienta y pide vino? – protestó el dueño.
_ Discúlpeme, no sabía como se manejan aquí. Le prometo que le conseguiré algo a cambio. – en ese instante, el sujeto sentado a mi derecha levantó apenas la mano.
_ No te preocupes, yo me ocupo. – Expresó, cortando la conversación - Gabriel, te entregaré cuatro pescados por ese vaso. – el robusto hombre lo miró sin decir ni una palabra, hizo uno de sus frecuentes bufidos, como si de un toro se tratase, y siguió en lo suyo. Fue una forma tácita de aceptar.
Lo único que hice fue agradecerle, parecía un hombre calmo, de la misma edad que yo, su pelo era rubio pero muy cortito. Tenía ojos marrones y su ropa era bastante harapienta. Sin embargo, lo que más destacaba era un brazalete que llevaba enganchado en su brazo derecho, era de plata y estaba tan lustrado que deslumbraba los ojos del que lo miraba. Tenía varias líneas talladas en él. No entendí el significado de éstas, creí que solo eran decorativas. Creí...
A todo esto, no había probado el vino que tanta escena había provocado, tremenda decepción me llevé cuando me di cuenta que no tenía alcohol. Era diferente al vino del “mundo”. Simplemente parecía un jugo de uva.
_ ¿Quién le puso de nombre “vino” a esta bebida? – pregunté al hombre sentado a mi lado.
_ Vamos hombre, es como preguntarme quien le puso montaña a la montaña, ¡Yo que sé! – ambos reímos simultáneamente.
_ Es diferente al vino que hacen donde yo vivo. – expliqué. – el hombre dejó de sonreír como si estuviera mecanizado y miró fijamente a Gabriel, el hombre que atendía. Hubo un silencio que pareció durar eras. Luego, como por arte de magia, volvió a ser el mismo de antes, pero sin tocar el tema nuevamente.
_ Me gusta tu pulsera. – le dije. – mientras de a poco se rompía el hielo de la tensión del ambiente.
_ Gracias. Por cierto, mi nombre es Próspero Amigo. – tras decirlo me estrechó la mano. Quedé medio idiotizado por el nombre que me dijo, pero, por suerte, pude disimular mi confusión.
_ Ernesto Clímaco. – Me limité a responder. Le apreté fuerte la mano pero noté que él no lo hacía, apenas me sujetó. Lo cual me hizo desconfiar levemente de él, al menos, pude notar cierta soberbia en sus modales.
Estuvimos charlando de cosas poco importantes durante un buen rato y cada vez me caía peor. No encontré muchas razones, más teniendo en cuenta que fue quien me regaló este horrible vaso de “vino”. Simplemente, su forma de ser no coordinaba con la mía.
Entonces, luego de acabarse su bebida y saborearla como si fuera un manjar se puso de pie y se retiró mientras se despedía de todos. Era bastante popular y respetado por el resto.
Al cabo de un rato hice lo mismo. Traté de hacer pasar por mi garganta aquel horrible jugo de uvas para no ofender al camarero y luego salí de la taberna. No tenía nada que hacer, así que me dispuse a seguir caminando, hasta que vi el bosque detrás de todas las construcciones de los habitantes. Se hallaba, inmenso, natural e imponente con sus copas blancas. Los pinos predominaban. Me sentí atraído por él. Encendí un nuevo pucho y me adentré despacio, respetando al mismo, era tan grande que podría fusionarme para siempre con él si perdía de vista el pueblo a mis espaldas. El silencio allí era sospechoso, artificial, poco creíble. Sentí que me observaban, pero no ojos humanos, sino sentidos de la naturaleza. Los árboles quizás me veían como un intruso adentrándose en zona enemiga. Terminé de fumar el cigarrillo y me aseguré de que estuviera bien apagado, luego seguí caminando. La espesura del césped se hacía más pronunciada, por momentos me llegaba hasta las rodillas. Sentí un fuerte cambio de temperatura, como cuando entré por primera vez a Unmei, solo que esta vez, cambió el frío por el calor. Ya no había nieve en los pinos, y el ambiente era totalmente diferente, pero bastaba con mirar atrás para ver un paisaje específicamente opuesto. Era asombroso. Continué avanzando bastante más incómodo hasta que una mano se posó en mi hombro. Del susto caí al suelo.
 _ Perdón, no quise asustarse. – dijo una voz femenina con voz de lástima.
 _ No hay problema – respondí – estaba tan concentrado en la caminata que me diste un buen susto, además no te escuché en lo absoluto.  – me puse de pie y la observé. Era una chica de unos veintitantos, de cabello rubio como el sol y ojos celestes como el cielo. Sus mejillas tenían una leve tonalidad rojiza que la hacían más perfecta. Llevaba ropa sencilla que le quedaba muy bien, unos jeans claros y un buzo blanco como su piel. Los guantes de lana eran del mismo color que su pantalón. No me equivocaba al pensar que era la chica más hermosa que había visto en mi vida. Me quedé sin palabras.
 _ Ah ya veo, mi nombre es Rebeca…. Rebeca Nirmia. – dijo con voz suave como una fina tela. – nunca te vi en Unmei, ¿eres forastero? – Noté que tenía el acento más normal en provincias del interior del país. No usaba vos, usaba tú, no usaba el sos, usaba el eres. Con las otras personas no lo había notado porque hablamos siempre con formalidades como el “usted”.
_ Un gusto, mi nombre es Ernesto Clímaco y si, soy de otro sitio. – mientras le explicaba, le estreché la mano. En ese momento, ella soltó unas risas que no pudo contener.
_  Es un nombre bastante extraño, y más tu apellido. – musitó ella.
_  Decíselo a mi padre, él lo eligió. – le dije al tiempo que supuse que en el pueblo no habría ningún hombre con el mismo nombre que yo.
_ ¿Y como se llamaba él? – preguntó Rebeca de forma curiosa.
_ Ernesto – al oír mi respuesta, la joven chica largo unas carcajadas bastante descorteces pero entendibles. Supongo que no se esperaba esa respuesta.
_ Perdón, me pareció gracioso. Debe ser un nombre que le gustaba mucho a tus antepasados ¿no? – preguntó mientras se sacaba las lágrimas de sus ojos.
_ Supongo. Ahora que recuerdo, mi abuelo también se llamaba Ernesto. – Tras contarle aquello, estuvo cinco minutos riéndose.
_ Eres muy gracioso.
_ De donde yo vengo, Ernesto es un nombre común y corriente. Digamos que acá la gente tiene nombres extraños también. Recién conocí a un tipo llamado Próspero Amigo. – le expliqué.
_ Si, es raro, pero estoy acostumbrado a él. Los Amigo son una familia importante de Unmei. Son numerosos y siempre son los que consiguen más comida en las cacerías y pescas.
_ Ya veo. – espeté.
_ ¿Que te trae al bosque? - preguntó ella cambiando de tema.
_ Nada en realidad, me sentí atraído y quise explorar un poco.
_ ¿Buscabas la cueva? – Interrogó ella haciendo caso omiso a mi respuesta.
_ No… ni sabía que hay una…. ¿Realmente hay?
_ Según la leyenda del pueblo y su fundador. Aunque yo nunca la he visto, y eso que ando mucho por este bosque.
_ ¿Quién fue el fundador? ¿Qué leyenda es? Me encantaría que me la cuentes. – expresé, aunque luego me di cuenta que soné desesperado. Luego, recordé lo que el señor Gómez me dijo. Era imposible que ella recordara una leyenda así, las personas de aquí olvidan el pasado ¿verdad?
_ El fundador del pueblo es Nicolás León. – explicó y rápidamente recordé el papiro que Gómez había hallado. - No tengo problema en contártela, pero tendrá que ser en otro momento, mi padre necesita ayuda para la pesca, y como no tiene hijos varones, no me queda otra que hacer el trabajo. Me desocuparé al atardecer.
_ Creí que los ríos estarían congelados, con todo lo que nieva aquí…
_ Hay un río alejado donde la temperatura es completamente diferente a la de Unmei. La temperatura es como la de ahora, hasta hace calor, ¿puedes creerlo? ¿En verano? Los primeros cien metros del bosque son frío y nieve. Luego es todo lo contrario ¿Puedes creerlo? – preguntó, repitiendo las palabras.
_ La naturaleza es fascinante – me limité a responder. Entonces recordé el día anterior, cuando entré a Unmei, el brusco cambio climático, del calor sofocante al frío invernal.
_ La naturaleza no es fascinante, es mística, sabia y poderosa. – expresó ella.
_ Veo que también te gusta. – respondí.
_ Es la razón por la cual no me deprime este pequeño pueblo. El contexto. – Rebeca cambió luego de tema rápidamente. Debo irme, mi padre se pondrá furioso si llego tarde y empezará a gruñir. – expresó en tono de burla.
_ Muy bien, te esperaré. Me estoy hospedando en la cabaña cuarenta y seis del Señor Gómez.
_ Ah si, lo conocí el otro día. Hace poco que se vino a vivir aquí. – Comentó Rebeca. - En realidad, vive aquí desde antes que tú nacieras- . Pensé en mis adentros. Había algo contradictorio en ella. Con esta última frase comprobé que la fiebre del olvido le influía, pero… ¿Cómo recordaba una leyenda tan antigua? ¿Cómo sabía del fundador del pueblo? Quizás el señor Gómez tuviera la respuesta.
_ Bien, te espero. Hasta entonces. – le dije. Rebeca se dio vuelta y su rubia cabellera danzó. Luego se perdió en la espesura del bosque en dirección a Unmei. Me quedé un rato sentado ahí, fumando. Reorganizando mis ideas. En cuanto acabé mi pucho, me retiré.
Luego de recorrer cada rincón de la pequeña ciudad, volví a la cabaña. Era cerca del mediodía y un hambre mortal me había invadido. Al llegar, vi al Señor Gómez que se encontraba muy concentrado en su escritura. Cierto, a eso se dedica pensé.
_ ¿Cómo le ha ido en su ronda? – preguntó éste cuando me escuchó entrar.
_ Muy bien, la gente parece bastante amable. – respondí.
_ Eso lo dice porque no conoce a Don Adolfo. – confesó entre risas de burla.
_ No, ¿y ese quién es?
_ Un hombre mayor, descendiente directo de los fundadores del pueblo. Odia rotundamente a los forasteros. Cree que yo también soy de afuera.
_ Ya veo, entonces se molestará mucho cuando se entere de mi presencia. – consentí.
_ Seguramente, pero no le haga caso señor Ernesto. En mi opinión, está loco. – Gaspar largó unas risas para romper el hielo y yo se las acompañé.
_ Por cierto, mientras exploraba el bosque, conocí a una chica. Se llama Rebeca. ¿La conocés? – pregunté dejando de lado mi manera de hablar formal, aunque Gaspar seguía usándola.
_ Si, es hija de un pescador y nieta de Don Adolfo. – Me quedé helado, supongo que Gómez también, pero trató de explicarlo de manera tranquila. Por la definición de él, Rebeca y Don Adolfo eran totalmente distintos, aunque tuvieran la misma sangre. Ella me recibió con una sonrisa que haría arrodillarse a los reyes más ricos del mundo. Y según las descripciones, él odiaba a los que venían de afuera.
_ Cuantas coincidencias. – Fue lo único que se me ocurrió decir.
_ Es un pueblo chico. – expresó el hombre tras un suspiro. – Por cierto, ¿que hacía en el bosque? Debe tener usted cuidado con los lobos.
_  Nada, de repente sentí ganas de entrar en él. – Gaspar me miró por encima de sus anteojos fijamente. Como si no me creyera. – ¿Acaso creés que buscaba una cueva? – dije de manera suspicaz.
_  No entiendo a que se refiere Ernesto, sea más directo por favor. – refunfuño Gómez.
_  Hay una leyenda, dice que en el bosque hay una gran cueva. Pero al parecer, nadie la vio.
_ ¿De donde ha sacado esa historia?
_ Rebeca. Ella me la contó.
_ Imposible, esa chica no ha salido nunca de aquí. ¿Cómo puede recordar una leyenda antigua?
_ Ese es el misterio, recuerda la historia del pueblo, pero cree que usted vino a vivir aquí hace solo un mes, como el resto del pueblo. También me contó que ese tal Nicolás León fue el fundador de Unmei – el señor Gómez trago saliva. – Entonces da a entender dos opciones. O ella por alguna razón que desconoce mantiene ese recuerdo, pero para todo lo demás también está afectada por la fiebre del olvido o ella es inmune y no pierde la memoria. Esto último daría a entender que vos realmente viniste hace solo un mes.
_ ¿Me está tratando de mentiroso? - Preguntó él furioso.
_  No digo que estés inventando todo. Solo estoy creando hipótesis, no te enojes. Estoy estudiando el lugar y las cosas que aquí pasan, las cuales me parecen bastante ilógicas.
_ Recuerde esto Señor Clímaco - comentó Gaspar en tono serio, el ambiente se había vuelto hostil, la nieve de afuera parecía caer con más fuerza que nunca, mis sentidos estaban agudizados y mi instinto natural, que me advertía peligro, estaba en alerta rojo. Entonces, de su boca fría salió la siguiente frase “Su lógica es ilógica para nuestra lógica; y viceversa.” Por alguna razón quedé impactado ante aquel comentario, ese hombre tranquilo parecía haberse ido a otro planeta, y en su reemplazo, un alma completamente distinta había entrado en su cuerpo vacío para destilar aquella frase.
Luego de aquel inédito instante, Gómez se retiró excusando cansancio. Me quedé tomando unos mates y fumando un cigarrillo, no pude sacarme esa escena de la cabeza en toda la tarde.
Por suerte, durante gran parte del día no nevó. Decidí que me encargaría de cortar la leña al otro día, como forma de disculparme con Gaspar por sospechar de él. Mientras sus ronquidos invadían mis oídos al pasar por su habitación, me encerré en la mía y me puse a anotar unas cuantas pistas. La chica que había conocido en el bosque era importante, por alguna razón así lo creí. Pero ya tendría tiempo de hablar con ella cuando volviera de pescar. Así que me centré en la leyenda de la cueva, traté de vincularla con el papel que decía “la nieve del olvido y el secreto de la inmortalidad”. Gaspar no recordaba donde encontró aquellos manuscritos, ¿Podría haber sido en esa cueva? Lo anoté como una teoría.
Pasé toda la tarde estudiando aquella lengua. Sin éxito alguno.

El sol, tapado por las nubes, se había ocultado completamente. Luego de darme un reconfortante baño con agua calentada a fuego, me senté a esperar frente al fogón del pequeño comedor de la cabaña. Expliqué al Señor Gómez que había quedado con Rebeca.
_ Disculpá, fue muy maleducado de mi parte invitarla a su casa sin su permiso.
_ No, está bien. Soy un tipo solitario, de vez en cuando es lindo tener compañía. – explicó él. – estaré bañándome, si necesita algo avíseme.
_ Gracias.
Pasadas las nueve de la noche, escuché la puerta y me dirigí a abrirla. Rebeca esbozó una gran sonrisa al verme. La ropa que llevaba puesta estaba bastante sucia.
_  Discúlpame, se nos hizo tarde. Como verás, ni tiempo de bañarme he tenido. ¡Que horror!
_ No te preocupés, es una charla informal. Nada del otro mundo.
_ ¿Otro mundo? – preguntó ella sin entender.
_ Es una forma de decir. – expliqué. – quiero decir que no es nada fuera de lo normal. Hagamos de cuenta que es una prolongación de nuestra charla en el bosque. Como si no nos hubiésemos separados desde entonces – ¡ojalá!, pensé – así no nos sentimos incómodos. – tras escucharme, hizo una mueca con su rostro e inclinó la cabeza.
_ Eres bastante raro Ernesto. – tras decirlo, rió a carcajadas. – Y tienes una forma rara de hablar.
_ Ves, hoy también te reíste por mi rareza, vamos por el buen camino. Pasá, por favor.
_ Claro, mira, traje pescados. A menos que ya hayas cenado…
_ No, de hecho estaba viendo que preparar. – expliqué. – la verdad es que con la ansiedad de la charla me había olvidado completamente de cenar o de pensar que ella podría venir hambrienta. – me salvaste la noche, temía volver a comer la sopa del señor Gómez. – Fue un chiste agradable, y cada vez más seguido sentí la imperiosa necesidad de hacerla reír. Su sonrisa cavaba en lo más profundo de mi ser, y cuando desaparecía, me producía una abstinencia incomprensible. Sin dudas, si algún día la vería llorar, sería lo más triste que habría visto en mi vida.
Rebeca se ofreció a cocinar pero la convencí de que era mi obligación, de lo contrario, sería un golpe a mi honor. Ella lo entendió, recordándome lo raro que era, siempre con un tono amigable. Mientras preparaba la cena, empecé a charlar seriamente con ella.
_ Y bien, ¿viniste a contarme la leyenda de la cueva o no? – pregunté haciéndome el serio.
_ Claro, me distraje hablando tonterías. – tras decirlo, se dio algunos golpecitos en la cabeza. – bien, empezaré a contártela, al menos hasta donde se.
La historia nos sitúa muchos años atrás, en épocas coloniales, un enorme galeón llamado el “Rojo carmesí” arribó en tierras americanas. Su capitán era un adinerado conde español que pasó toda su infancia en Japón. Su barco constaba de una gran cantidad de hombres fuertes y ambiciosos. Todos con un único propósito: el oro. Según cuenta la leyenda – prosiguió ella, como si se avecinara la parte más interesante – su vida cambió rotundamente cuando llegó a este valle.
_ Espera un minuto – intervine. – ¿Vos sabés que más allá de Unmei hay todo un mundo y otras civilizaciones? – pregunté consternado, era totalmente contrario a lo que me había dicho el Señor Gómez.
_ Si, por alguna razón lo se – dijo ella. – pero lo mantengo oculto a todos los habitantes, incluso a mi padre. De lo contrario, todas sus creencias y formas de ver el mundo se derrumbarían, provocando caos en Unmei. O me tratarían de loca ja ja ja – respondió Rebeca. Todo se volvía más confuso, ella no estaba infectada por la enfermedad del olvido, no habían dudas. Pero Rebeca dijo que Gaspar llegó hace solo un mes. Algo no concordaba.
_ Seguiré con la historia. – continuó Rebeca.
Como decía, su vida cambió mucho al conocer este valle. Masacraron a miles de aborígenes y les arrebataron el oro. Avanzaron en Argentina, siempre con el consentimiento de la corona española. Nicolás León, el capitán de esta pequeña horda de doscientos hombres, quedó impresionado y maravillado por esta montaña. Oculta por una manta blanca y opuesta al calor del lugar donde él se encontraba, decidió adentrarse en ella. Sus seguidores desconfiaron de su cordura, pocos lo siguieron. De los doscientos, solo quedaron unos cincuenta. El resto, satisfecho con el oro robado, decidió apropiarse del “Rojo carmesí”.
Poco le importó al terco Nicolás, que sintió que su vida se basaba en llegar a este mágico lugar. – Similar a lo que me sucedió en el bosque esta mañana – pensé.- No conozco la historia en profundidad, pero una vez que arribaron al lugar que ahora es conocido como Unmei, no encontraron ninguna civilización. Solo un llano, una fría nieve sobre sus cabezas y el bosque a lo lejos. Nicolás León decidió no volver jamás a España. Había encontrado su hogar. Sus seguidores lo trataron de loco, pero ya no había vuelta atrás. El barco había sido arrebatado y su líder no pensaba mover un pie de ese lugar, por lo que no tenían ni el coraje ni la voluntad de escapar. De esta manera tan rara, se fundó este pueblo, que, estando tan escondido, jamás fue encontrado por ningún conquistador, que solo veían la montaña a lo lejos, como un pedazo de roca sin vida humana a la que robar y asesinar.
_ ¿Que hay de los que volvieron a su país, no contaron del lugar? – pregunté.
_ No, el Rojo Carmesí, apareció cierto día en el río de este pueblo, aquel al que fui a pescar esta tarde, con todos sus tripulantes muertos.
_ Increíble, fascinante – respondí. – Ahora contame sobre la cueva, por favor.
_ Cierto, la cueva – comentó Rebeca. – lo único que se de ese lugar es que Nicolás León la encontró en el bosque, y nunca volvió a salir de ella. Solo apareció un pergamino que decía “El secreto de la inmortalidad y la nieve del olvido” y varios manuscritos escritos en una lengua creada por él.- El pergamino que tiene Gómez – pensé. - ¿Por alguna razón conocés ese idioma que creó Nicolás? – pregunté lleno de entusiasmo.
_ No se, quizás si lo leo lo recuerdo. – dijo ella mientras se encogía de hombros. Sin embargo, decidí no contarle que esos manuscritos estaban en mi habitación. Recordé lo que me dijo Gaspar, si los viejos líderes del lugar se enteran, él podría estar en problemas.
_ Ya veo, habrá que buscarlos entonces.
_ Serían muy interesantes, sin dudas. – respondió Rebeca con entusiasmo.
_ También trataré de encontrar esa cueva.
_ Llevo quince años buscándola – respondió ella algo frustrada.
_ Y quizás Nicolás león la encontró en un día. -  Respondí más optimista. Rebeca sonrió cuando lo dije.
_ Bien, basta de charlas. A comer. – llamé también al Señor Gómez, que estaba en el comedor leyendo o escribiendo.

Pasado un rato después de la cena, Rebeca, con una cara de sueño terrible, se disculpó y se retiró del lugar. Sin dudas estaba agotada por el día de trabajo.
_ La próxima, también iré a pescar. – le dije.
_ Claro, te enseñaré Ernesto Clímaco – respondió ella mientras se reía y se alejaba.
_ Es una promesa – respondí.
_ Es una promesa – respondió; y finalmente desapareció en la noche.
Volví a entrar en la cabaña, allí estaba Gaspar Gómez ansioso por saber de que habíamos charlado.  
            _ Mañana te contaré de qué hablé con la nieta de Don Adolfo. – expresé mientras bostezaba.
            _ Me parece lo mejor – suspiró Gómez.

Nieve de verano [Capítulo 1]

Bueeeeeeeeeeno, finalmente me decidí. Voy a ir subiendo los capítulos de mi novela. No está terminada y solo los iré subiendo a medida que estén corregidos, leídos y releídos por mi. Se aceptan todo tipos de críticas. 

1


Decidí olvidarme un rato de mi rutina. Lo que no sabía era que, allí, el olvido era su lógica.

El reloj marcaba las seis cuando llegué a Unmei, el sol estaba impaciente por asomarse y luchar contra la noche que moría lentamente para renacer dentro de varias horas. El camino fue inestable en todo el viaje: ríos que obligaban al desvío, grandes árboles caídos tras las tormentas y zonas montañosas intransitables. Esta última noche decidimos no dormir, la idea era llegar cuanto antes. Hacía mucho calor y ya habían pasado 3 días de arduo viaje. Las ganas de arribar a destino derrotaron al cansancio y al sueño.
            Al observar el pequeño pueblo en el valle, el guía que me acompañó dio media vuelta y se marchó. Puesto que ya le había pagado, no me quedó otra que agradecerle y darle una propina por el agotador viaje que tuvo que hacer. Aún estoy sorprendido, el pobre hombre tendría que hacer todo ese caminar de vuelta y sin descanso. Aunque pensándolo bien, era su trabajo.
En fin, me dirigí al pueblo cargando mi pesada mochila, donde llevaba muchísimas cosas que necesitaría, y fumando un cigarrillo. Tardé aproximadamente media hora en llegar ya que estaba más lejos de lo que parecía. Durante ese trayecto sentí un gran cambio de temperatura, y al mirar el cielo pude verlo de un gris opaco que me observaba como si fuera un intruso. Los grados bajaron tan bruscamente que me produjo una fascinación que pocas veces había vivido. Pasados unos diez minutos de este acontecimiento, mientras yo esperaba la lluvia, la nieve se hizo presente. Si, en verano.
Las casas estaban separadas por una triste niebla. De alguna manera, el clima de este lugar era inversamente proporcional al del resto del país. También la calma de este valle era totalmente contraria a la tensión que se vivía en el país por aquellos días con la dictadura militar.
El suelo estaba cubierto de nieve produciendo que mis botas de montaña se enterraran. Por suerte, el frío no llegaba a mis pies. Me detuve observando el lugar y luego saqué de mi mochila la carta que me había llegado semanas atrás, la culpable de que estuviera en ese sitio. Volví a leerla, ésta decía:
“Estimado Ernesto Clímaco:
Mi nombre es Gaspar Gómez y  vivo en un pequeño pueblo de las montañas llamado Unmei. Pocas veces  he salido de aquí, de hecho, muchos de nuestros habitantes desconocen otras ciudades y civilizaciones. Yo soy escritor y me apasiona recorrer diversos lugares. En mi última visita a la capital, averigüé sobre algún investigador y, tras varias recomendaciones, llegué a usted. No quiero hablar  con la policía, la gente de aquí es muy susceptible y que vengan los militares sería una catástrofe. Sería un honor para mí que usted venga y me ayude con un curioso caso. Por lo pronto, le pediré que no cuente quién es usted a los habitantes de Unmei,  al menos hasta contactarse conmigo. Vivo en la casa número cuarenta y seis. Gracias. Espero su respuesta.”
El señor Gómez tuvo suerte. Yo necesitaba un cambio de aire. Me había rehusado a participar en una guerra por simple cobardía e ir a la montaña me pareció una buena idea para esconderme de los militares. Aparte, eso de “curioso caso” me llamó deliberadamente la atención. Se ve que este escritor supo como atraerme a su pueblo.
Averigüé bien donde quedaba el lugar y contraté un guía cuanto antes, lo cual me costó mucho. Pocas personas sabían de la existencia de este pueblo. Recorrí las ciudades más cercanas al valle, pregunté en todos lados sin éxito alguno, hasta que un hombre, al escuchar el nombre “Unmei” admitió saber donde quedaba. Fue mi guía.
“Nadie sabe que existe Unmei, pero los de ese pueblo tampoco saben que existe el mundo exterior” fueron sus palabras. No las entendí y tampoco les di mucha importancia. Era el primer hombre que decía conocer el lugar, no me quedaba otra que confiar en él, o nunca llegaría al destino deseado de todos modos.
Me dirigí a la casa cuarenta y seis sin prisa ni pausa, recorriendo con la vista todo lo que sucedía a mí alrededor, que realmente era muy poco: algunos hombres sacando la nieve de la puerta de sus hogares con una pala que me veían con cara extraña, mujeres lavando la ropa con baldes de agua tibia que largaban vapor, las cuales también me ignoraban o me miraban de reojo. -Es normal - me dije - aquí todos se conocen mutuamente-. La niebla empeoraba mi campo de visión, aún así, a medida que me acercaba a los establecimientos, podía verlos con nitidez. La mayoría de las casas eran similares unas de otras, todas cabañas hechas con madera gruesa, probablemente de un árbol común por esos lares. Excepto una que me llamó exageradamente la atención. Era el doble de alta que el resto. Estaba elegantemente trabajada, pintada y decorada. De sus varias chimeneas salía humo y en su entrada había varios faroles con velas en su interior, todas encendidas aunque era de día. El jardín de la entrada estaba cubierto de nieve, pero sus árboles eran preciosos, lástima que no sabía de botánica para describirlos mejor. La casa, sin dudas, tenía una tendencia japonesa, aunque mezclada con estilo occidental. Su diseño era muy particular y original. Sin dudas allí vivía la familia más importante y de renombre, o eso daba a entender tamaña arquitectura. Quizás, el nombre del pueblo (en japonés) tuviera que ver con esta posada.
Luego de dejar atrás aquel hogar que tenía el número veintitrés, el resto me parecieron precarias y aburridas, así que dejé de prestarles tanta atención.
Finalmente llegué a la ansiada casa donde dormiría varias noches, era igual al resto. Hubiera deseado que la cuarenta y seis sea la veintitrés y viceversa, pero tampoco estaba acostumbrado a tantos lujos en mi ciudad, así que no me quejé. Observé a través de las ventanas, las cuales tenían unos gruesos vidrios, probablemente para soportar este insoportable frío. Estaban tan empañados que no pude ver el interior de la localidad. Alcé la vista y contemplé como el humo que salía de la chimenea se mezclaba con la niebla.
Toqué la puerta suavemente, luego recordé que era muy temprano y probablemente el señor Gómez estuviese durmiendo. Sin embargo, alguien abrió la puerta pasados unos segundos. Era un hombre de unos cincuenta años, tenía una barba grisácea de un par de días, la frente blanca y el pelo del mismo color que el de su pera, unos brillantes ojos celestes que se ocultaban tras unos anteojos para leer. Al verme, el señor se sacó los anteojos y abrió sus párpados estrepitosamente. Luego comenzó a hablar.
_ De unos treinta años, ojos marrones, cabello negro, delgado y bastante alto. Una pequeña cicatriz cerca de la boca. ¡Sin dudas es usted! ¡Bienvenido Señor Ernesto Clímaco! Yo soy Gaspar Gómez. Pase, hace mucho frío afuera. – comentó el hombre exaltado.
_ Gracias, le faltó el detalle de mis grandes ojeras – respondí atónito – ¿de donde ha sacado esa descripción sobre mi? – le pregunté.
_ Jajaja, no quise sonar ofensivo. Antes de mandarle la carta averigüé un poco sobre usted. Espero que no le haya molestado – Rió el señor Gómez en un fuerte intento de parecer simpático. Algo que no le salió muy bien, detrás de esa sonrisa había mucha angustia, pude notarlo en el acto, como si fuese un fantasma que se alojaba en su interior, y por más que intentara ocultarlo, el espectro de la tristeza y de un pasado oscuro florecía en su rostro y sus gestos.
_ No, está bien. – respondí luego de estudiarlo unos segundos.
Luego entramos y nos sentamos en unas hermosas sillas de madera que seguramente él había construido. Dejé la pesada mochila en el suelo.
_ ¿Puedo fumar? – pregunté cortésmente
_ ¿fumar? ¿Qué es eso? – El señor Gómez se quedó estático como si hubiera visto un ángel o un demonio, me contemplaba sin entender lo que le preguntaba.
_ ¿Aquí no conocen el tabaco?
_ ¿Tabaco?
_ Deje, no se preocupe – respondí algo impaciente, ese tema me estaba sacando de quicio. Suelo ser impaciente para hacer entender algo a las personas. Jamás hubiera podido ser maestro.
_ Le prepararé un té calentito, ¿como se le ocurre venir solo con un buzo? – preguntó Gaspar Gómez como si estuviera regañándome.
_ Creí que haría calor – me limité a responder
_ ¿Calor en verano? Es usted una persona graciosa, Señor Clímaco. – el hombre reía a carcajadas mientras me servía el té.
_ Es lo normal ¿no? – pero el hombre no respondió. Simplemente siguió riendo, dando a entender lo ilógico que yo sonaba. Cambié de tema rápidamente porque estaba volviendo a la misma absurda situación que con el cigarrillo. Tomé unos sorbos de aquella bebida caliente, estaba sorprendentemente sabrosa. Me produjo un gran bienestar en mi frío cuerpo. Finalmente, procedí con la conversación.
_ No puedo creer que un pueblo tan alejado del mundo esté tan civilizado. – comenté. – incluso hablan español. Confieso que temí encontrarme con gente de habla aborigen. – luego solté una risa de compromiso.
_ No, a pesar de que nadie sale del pueblo, nos quedó la cultura de nuestros antepasados, que aparentemente eran europeos. Pero si le preguntas a los habitantes como saben el lenguaje, no lo recuerdan. – explicó él, ¿Por qué no lo recordarían? Me pregunté en mis adentros.
            _  Ya veo, bien Señor Gómez, me gustaría saber con lujo y detalle porque me ha mandado esa carta. – el señor respiró profundo y se sentó. Luego comenzó a hablar tranquilo.
_ La razón por la que lo invité, es la siguiente. Como le he contado, yo soy escritor y viajo mucho. Suelo visitar pueblos y ciudades, es por eso que no olvido.
_ ¿No olvida? – pregunté. Nuevamente el señor Gómez salía con ese tema, aparentemente era imposible evitarlo.
_ Verá, este pueblo tiene algo extraño. Esta nieve que usted puede ver, es un fenómeno paranormal, una plaga llamada fiebre del olvido. La gente que vive aquí desconoce todo lo que pasa afuera. Este fenómeno, hace que pierdan noción del mundo, ellos creen que el mundo es solo este valle, este bosque, este pueblo. Si te quedas a vivir aquí por mucho tiempo, te pasará lo mismo. Yo pude escapar de la enfermedad del olvido gracias a que dejo el pueblo al menos una vez al mes. Pura casualidad, caí al río y cuando desperté me encontraba enganchado a una rama, muy lejos del valle. Los habitantes que no abandonan el pueblo, no saben que pierden la memoria, gracias a este accidente, yo pude darme cuenta. – el señor hizo una pausa para que yo acomode mis pensamientos, seguro me vio bastante consternado. ¿Realmente existía este lugar?, parecía un sueño.
_ ¿Y por qué no anotan lo que hacen para no olvidarse?
_  No es tan simple, las personas de aquí no consideran al olvido como un mal. Creen que es algo natural, que nació con ellos y morirá con ellos. En realidad, desconocen completamente de esta nieve que cae y los enferma. Ellos viven su vida como si fuera algo lógico, y parecen felices. Además no pierden facultades que aprenden aquí, como leer, escribir, pescar, cazar, coser ropa, etc. Es decir, lo esencial lo conservan instintivamente. Pero olvidan a las personas que mueren o que se van. Tampoco saben del pasado de este lugar, el cual creo yo, que es el culpable de esta anomalía natural.
_ ¿Cómo sabe que el virus está en la nieve?
_  Al ser el único consciente de la plaga,  me desesperé y estudié lo que aquí sucedía por años. Hallé un par de cosas. En español solo encontré un papiro que decía “La nieve del olvido y el secreto de la inmortalidad, por Nicolás León”. Fue entonces cuando relacioné la nieve que cae aquí usualmente con el problema de la memoria de la gente. Sin dudas es una bacteria rara que se encuentra en los copos de nieve. Junto a ese título encontré unos manuscritos escritos en otro idioma que no pude descifrar. Debe ser una lengua inventada. Por eso le digo que la historia de este lugar es la clave.
_ ¿Donde los halló? – El señor Gómez desvió la mirada y, sintiendo vergüenza, luego expresó:
_ No lo recuerdo.
_ ¿Los tiene aquí?
_ Si, se los daré para que los lea. Pero la verdad es que son complicados, los estudié mucho pero no pude sacarles nada.
_ ¿Alguien en el pueblo sabe ese idioma?
_  No, nadie sabe, o mejor dicho, no recuerda este idioma del pasado. Además, si se enteran que tengo estos pergaminos sagrados que ni siquiera ellos conocen, creerán que los robé, quemarán mi casa y probablemente nos asesinarán a ambos.
_ Ya veo, aún así démelos. Trataré de descifrarlos un poco. – me interesaban mucho realmente.
_  Como usted guste. Mientras, seguiré explicándole un poco sobre esta enfermedad. Para los pueblerinos la fiebre del olvido es algo común y corriente. Como el viento, el hambre o el amor.
_ Si las personas son felices así, ¿que se supone que debo hacer….
_ Todas menos yo. – Interrumpió - Perdone mi egoísmo, pero aquí ocurrió algo muy feo que, por culpa de la fiebre del olvido, los habitantes no lo recuerdan. Excepto yo. Ocurrió hace dos años, conocí a una mujer en una ciudad cerca de la Capital. Nos enamoramos prontamente y le ofrecí venirse a vivir conmigo a Unmei. Luego de un año aquí conviviendo con ella, ambos nos olvidamos del mundo exterior, de la gente y de las cosas ilógicas que suceden allá afuera. Es decir, como el resto de los pueblerinos. Ella quedó embarazada y todo parecía del color escarlata de las rosas. Sin embargo, a dos meses de que mi hijo naciera, ella fue asesinada. La encontré una noche fría que, curiosamente, no nevaba, con una apuñalada en su estómago. Así perdí todo lo que amaba. Aunque había olvidado todo lo que se encontraba afuera y creí que el mundo era Unmei, me sentía tan deprimido y angustiado que me fui. Empecé a caminar y salí de las montañas. Fue entonces cuando recordé todo nuevamente. Si no hubiera salido por casualidad, como aquella otra vez, hubiera terminado olvidándola.
_ Lo lamento – fue lo único que se me ocurrió decir. Estaba algo incómodo así que encendí un cigarrillo y ante los ojos atónitos de un hombre que conocía el mundo más allá de Unmei pero que no llegó a saber lo que era el tabaco, lo fume suave y lentamente.
_ No se preocupe... – dijo Gómez con tono melancólico. – Bueno, seguiré con la historia.
_ Por favor.
_ Los siguientes meses tratamos de localizar algunas pistas con varios amigos de aquí, pero el asesinato fue muy bien planeado. No dejó rastros. Y lo peor de todo vino después, los habitantes, poco a poco, se olvidaron de la existencia de mi novia, de mi futuro hijo, de su muerte y asesinato. Todos excepto yo, que gracias a que salía frecuentemente de aquí, pude mantener mi memoria.
_ ¿Está seguro que es el único que sale de Unmei? – pregunté curioso.
_ Eso creo, al menos la gente siempre se olvida de mí cuando me voy y regreso. Si alguien también conservaría su memoria intacta, me reconocería cada vez que vuelvo ¿no? Conozco a todos los habitantes, y ninguno se acuerda de mí.
_  A menos que el asesino finja perder la memoria.
_ ¿Usted cree señor Clímaco? – preguntó incrédulamente el señor.
_  Si es un asesino astuto, es bastante probable.  Tendremos que vigilar quien sale del pueblo.
_ Pero nosotros también tenemos que abandonar este lugar cada cierto periodo de tiempo, de lo contrario nos infectaríamos con la fiebre del olvido. Una vez que te enfermas, no hay vuelta atrás.
_ Habrá que turnarse – sugerí. – por lo pronto somos dos contra uno. ¿Hasta donde llega el rango de la nieve?
_ Debes salir del valle. – respondió él. Allí jamás nieva.
_ Ya veo, si vamos a alguna ciudad somos hombres muertos.
_ ¿Por que? – preguntó Gaspar.
_ Porque, supuestamente nos estamos escondiendo para no participar en la guerra de Malvinas. Vaya a saber uno lo que los militares nos harían. – respondí. Tuvo suerte de salir de aquí en épocas más calmas. – expliqué luego.
_ Ya veo… - expresó Gómez consternado y lleno de miedo.
_  Mañana comenzaré a estudiar este lugar y sus habitantes. – . Estoy agotado, ¿le molesta si me voy a dormir? Mañana arrancaré a estudiar el lugar.
_  Claro que no, puede dormir en una de las habitaciones de esta cabaña. Se la prepararé enseguida. Pero antes, debe cenar algo.
_  Está bien, gracias de nuevo.
_ No, acéptelo como una forma de agradecer todo lo que está haciendo por mí.
_ Bien. – la verdad no me interesaba ganar dinero. Para mi eran unas vacaciones, además hacía lo que más disfrutaba. Un hobby que tenía en mis tiempos libres, cuando el trabajo de periodista no me exigía mucho. Así como hay gente que le encanta investigar a los ovnis o a los fantasmas, a mi me divertía investigar misterios que van más allá de todo eso, que tiene que ver con la naturaleza, con cosas que el hombre común y corriente desconoce pero que, seguramente, existen en este vasto mundo. Al menos, encontré una historia bastante intrigante allí, en Unmei.
Pasamos toda la mañana y la tarde poniéndonos al tanto. Fue un día bastante aburrido para una tercera persona que presenciara la escena, pero para mi fue como descubrir un mundo nuevo. Además, Gómez se mostró muy interesado en el mundo exterior, así que le expliqué, como pude, lo que sucedía aquellos días en el país.
Esa noche cenamos una sopa muy rica que el señor Gómez preparó. Luego me dio aquellos manuscritos. Me disculpé y me fui a mi habitación. Muy humilde pero linda, con una cama, una mesa y una chimenea me bastaba. Me encontraba maravillado al pensar que todo había sido construido por él. Afuera, ese fenómeno llamado Fiebre del olvido atacaba incesantemente las casas, miré por la ventana mientras anotaba un par de pistas interesantes sobre las incoherencias del día: el cambio climático abrupto en el pueblo, denominar verano al invierno, una enfermedad en la nieve, un asesinato años atrás. Luego me acosté y me dormí rápidamente debido al largo viaje de la noche anterior. Extrañaba una cama.

El nombre del viento

                                  
                               El nombre del viento - Patrick Rothfuss

Sinopsis: He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y escrito canciones que hacen llorar a los bardos.

 ""Me llamo Kvothe. Quizás hayas oído hablar de mi."

Opinión:  Tremenda forma de atraparte con esa sinopsis. Andaba buscando algún libro de fantasía para leer. Lamentablemente, Canción de hielo y fuego aún no ha sido editada en Argentina, así que me decanté por la otra saga fantástica que está teniendo excelentes críticas: El nombre del viento, Crónica del asesino de reyes. Será una trilogía, Kvothe (que se pronuncia kuouz) es el protagonista, se haya en una posada en un pueblo, donde decide contar su historia. Para ello, necesitará 3 días (los 3 libros). Así que comienza a narrar su vida desde que era un chico. El primer libro abarca la niñez de Kvothe, a bordo de los Edena Ruh, una especie de gitanos que van de pueblo en pueblo, y gran parte de su adolescencia en la Universidad. Les explico esto por encima para no cagarles nada de la historia, en realidad pasan muchísimas cosas.
El nombre del viento, pese a ser de fantasía, sale del típico orcos, elfos y alf. Es un mundo semi-real donde la magia tiene su explicación lógica, aquí se llama "simpatía", y el protagonista irá aprendiéndola a medida que pasan los años.
Está escrito en primera persona casi todo el libro (cuando kvothe cuenta su vida), lo que lo hace más interesante e íntimo. Lleno de leyendas, dioses, demonios, misterios, etc se basa esta historia magníficamente creada y narrada por Patrick Rothfuss. "Los villanos" de la historia son Los Chandrian, si bien la gente no termina de creer en ellos, el protagonista tiene fundamentos para hacerlo, así que decide investigar a fondo sobre ellos. Cuando los Chandrian aparecen matan a todos, y queman todo dejando un fuego azul resplandeciente.
Yo lo ubicaría a la altura de Juego de tronos. Muy bueno, si tienen oportunidad, léanlo.
El segundo libro, titulado "El temor de un hombre sabio" sale en noviembre en español.

Booktrailer de El nombre del viento:



Tiburones

Bueno, hace mucho que no escribo. Este microrelato se me ocurrió anoche y hoy tenía ganas de escribirlo. Fue lindo tomarme un descansito de la historia que estoy escribiendo. Espero que les guste.


Tiburones

Subió al bote de madera que lo esperaba cotidianamente en la orilla del mar. Ese poderoso océano lleno de incertidumbres, retos y miedos. Él, sin embargo lo hizo tranquilo. Sabía que era algo natural, algo que tenía que hacer. La niebla no le permitía ver más allá de unos cuantos metros, pero no era tan espesa como otras veces anteriores cuando ni siquiera podía divisar los remos que tenía sujetados en sus manos.
            Comenzó a remar lentamente sin quejas ni palabras sin fuertes respiros ni profundos movimientos. El agua producía un sonido calmante que danzada en sus oídos. La pureza del aire entraba por todos sus poros adormeciéndolo aún más de lo que ya estaba.
            Probablemente ningún otro barco navegaba por aquellas aguas calmas, llenas de niebla. Solo el suyo estaba preparado en la orilla siempre que él tenía un reto que tomar, una reflexión que descubrir, un miedo que superar.
            Generalmente avanzaba infinitamente sin rumbo alguno. El tiempo no existía realmente allí. Podían ser segundos, horas, días, meses, años. Quizás era otra la forma que decidía el tiempo que quería transcurrir.
            Sin embargo, la calma se cancelaba. Como siempre que llegaba a un cierto punto, todo cambiaba rotundamente. El agua ya no halagaba sus oídos, al contrario, producía sonidos espeluznantes al tiempo que se agitaba como si tuviera vida propia. La niebla volvía a ser un manto más blanco que una nube pura, el aire era huracanado y frío. Y él ya no estaba tácito. Sus pulmones actuaban a la velocidad que su agitada respiración lo pedía. Sus brazos temblaban cual víboras. Sus sentidos estaban totalmente consternados, algunos reaccionaban mejor que otros.
            De vez en cuando, la niebla desaparecía por sectores para dar lugar a feroces tiburones que daban saltos de placer en la superficie, cerca del pequeño bote. Todo tipo de tiburones que él ya estaba acostumbrado a contemplar y padecer. Feroces fieras de distintas razas: pánico, tristeza, envidia, odio, felicidad, amor, esperanza. Todos los tiburones danzaban y salpicaban el barco, algunos más fuertemente que otros, algunos más cariñosos que otros.
            Llegaba el momento en que el barco se destrozaba por los golpes del agua, del viento y de los animales. Él caía lentamente y se sumergía. Era devorado por múltiples mordiscos, cada parte de sí mismo pertenecía a un tiburón diferente.
            Y así aparecía como siempre en la orilla del mar. En tierra firme, devorado por diversos sentimientos en el infinito mar de su consciencia y de su alma.

Sobre mí

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No me sé describir a mí mismo. Lo dejo a la percepción del que me conoce y al prejuicio del que no.

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