La mujer dormida

Bueno, para celebrar que hay gente que sigue mis textos, acá publico un nuevo cuento. Yo quedé bastante satisfecho con éste, espero que ustedes también, me llevó un par de días.


La mujer dormida

La mujer seguía dormida. Su respiración era tan tranquila que apenas pude sentirla. Para confirmar que no estaba muerta, le tomé el pulso.

El invierno se encontraba en su plenitud, las noches se hacían cada vez más frías. El día que perdí las ganas de vivir, esta mujer apareció en el patio. De unos treinta años de edad, ni siquiera sabía su color de ojos puesto que la encontré ya desmayada. La recosté en el sillón del comedor y la abrigué con algunas frazadas. No sabía que hacer, porque justo en el momento en que no quería interactuar con nadie, aparece una mujer de la nada desmayada en mi patio. Finalmente opté por llamar a un médico.
Eran pasadas las 11 de la noche cuando la ambulancia se la llevó. Según pude averiguar, no pudieron encontrar las causas de su inconciencia, debería despertar, no tenía golpe alguno. La internaron en el hospital que está a unas veinte cuadras de casa.
En cuanto a mí,  tengo treinta años, mi nombre no importa ni tampoco mi apariencia. Me consideraba una persona capaz y bastante afortunada, pero hoy perdí todos los motivos para seguir con mi vida. Trabajé durante más de diez años como bombero. Es un trabajo más difícil de lo que aparenta, poner en riesgo tu vida para salvar la de otros no es algo que cualquiera haría. El fin de semana pasado renuncié, hace varios días que no salgo de casa. La razón es simple pero triste, no pude salvar a una niña de un incendio, hice lo que pude, pero las llamas devoraron el edificio antes de que pudiera hacer algo. No sé si soy apto para ser bombero, me quedó un gran cargo de consciencia por no poder salvarla y ahora no tengo voluntad de vivir. Si bien hice todo lo que pude, y por más que no tenga la culpa del incendio ni nada, así me siento, impotente por haber visto como las despiadadas llamas se llevaban un alma inocente.
El teléfono sonó despertándome de mis pesadillas. Miré el reloj de pared y éste marcaba la una de la mañana. Atendí. Eran del hospital, aparentemente la mujer se encontraba en un profundo coma y no podían encontrar las causas, le estaban haciendo todos los análisis posibles.
_ ¿Es usted familiar de la señorita? – me preguntaron.
_ No, jamás la conocí ni sé como se llama, solo la encontré desmayada y llamé a un médico. – se notaban las pocas ganas de dialogar de mi parte.
_ Entiendo, el problema es que necesitamos un par de firmas y no sabemos quién es esta chica. Es un pueblo chico, y no ha habido llamada alguna a la policía por desaparición de un familiar. En otras palabras, nadie se preocupa por esta mujer. Quizás estaba sola. – Quien me hablaba era fumador, pude notarlo por su ronca voz, como la de un sapo.
Alcancé a entender la mitad de lo que me decía.
_ Está bien, me haré cargo – dije un poco de mala gana y corté. Me haría bien salir un rato de casa a ventilar mi mente.
Al salir sentí como cada centímetro de mi cuerpo se petrificaba por el natural frío invernal. Enrollé la bufanda alrededor de mi cuello y me prendí la campera polar. Era una locura andar por las calles a la una y pico de la mañana en pleno julio. Prendí un cigarrillo, tenía la sensación de que el tibio humo combatiría el frío en mi interior. Luego de toda esta preparación en la puerta de casa comencé a caminar, llegué al hospital muerto de frío y firmé las cosas que debía aunque poco me importasen. El doctor me dejó entrar a la habitación en que se encontraba la mujer. Ahí estaba, con su cabello castaño y con los ojos cerrados, recostada. Tomé una silla y me senté al lado de la cama.
_ Me pregunto ¿Cómo llegaste a mi patio?, ¿Por qué te desmayaste?, ¿Por qué no podés despertar? ¿Qué hago en un hospital a la una y media de la mañana haciéndome cargo de alguien que no conozco? – Hice todas esas preguntas a la mujer, que, por supuesto, ni se inmutó
_ Si despertaras, todo volvería a ser como antes, volvería a mi triste vida llena de remordimientos. Pero quiero que sepas que en otro momento te hubiera ayudado sin dudarlo, pero ahora ni siquiera puedo ayudarme a mí mismo, hasta acá llegué. Suerte, espero que despiertes pronto.
Me paré de la silla y me dispuse a salir del hospital, el doctor quedó en llamarme en caso de alguna novedad, no me quedó más remedio que aceptar aunque no tenía planes de volver.
Cuando llegué a casa el sueño aún no había invadido mi cerebro. Puse un poco de música en la PC y encendí otro cigarrillo. Una enorme contradicción se producía en mi interior: por un lado, poco me interesaba aquella misteriosa mujer; por el otro, no podía dejar de pensar en ella, en la situación y en lo ridícula que sonaba toda esta historia.
Finalmente concilié el sueño, aunque hubiera preferido no hacerlo. La joven niña de diez años apareció en él. Me miraba fijamente llena de quemaduras, se me acercaba tratando de decirme algo, yo, aterrorizado y pensando que iba a echarme la culpa, corría lo más lejos posible hasta perderla de vista. Pero fuese a donde fuese, ella me encontraba.
Desperté empapado de sudor pese al frío que hacía esa mañana. Me duché, y desayuné. Hoy, al igual que los días pasados, no tenía pensado ir a trabajar. En realidad, ahora tenía pánico a mi trabajo. El teléfono sonó esa mañana. Sabía de antemano quién era y acerté, llamaban del hospital diciendo que la mujer seguía en coma. No sé qué fue lo que me movilizó a atender y mucho menos lo que me llevó a contradecirme y asegurar que a la tarde pasaría a visitarla.
Al cabo de unos minutos volvió a sonar el teléfono. Creyendo que eran noticias del hospital me alteré en atender pero era un compañero de trabajo.
_Los muchachos y yo estamos preocupados, ¿sabés? – era mi jefe, o mejor dicho, mi ex jefe. – hace 3 días que no venís a trabajar, no has presentado la renuncia, espero que sea porque tenés planeado volver. – En realidad, no tenía pensado regresar, solo que no quería saber nada con mi trabajo, ni siquiera me animaba a ir al escuadrón y anunciarles mi renuncia.
_ Sólo olvidé avisarte que estaría ausente, perdón. – Si le decía que renunciaba, me insistiría por minutos, horas, días, semanas…
_ Está bien, pero dejame darte un consejo por favor, no te culpes de lo ocurrido en aquel incendio. No somos dioses, somos seres humanos que tratamos de ayudar a las personas. Podemos fallar como cualquier otra persona puede fallar en otro trabajo. Tenés que seguir con tu vida, no te servirá de nada lamentarte por el resto de tus días.
_ No es tan sencillo y lo sabés. – respondí a su consejo como si mi cuerpo hablara de manera insensible y mi alma estuviera en otro lado, lejos de mi físico.
_ Tengo el doble de edad que vos, comprendo perfectamente la situación. Es dura pero hay que superarla. ¿Por qué no vas a un psicólogo?
_  No puedo hablar ahora, estoy ocupado. Lo pensaré, dame tiempo. –  corté. En realidad no tenía nada que hacer pero se lo dije para que dejara de consolarme.
El reloj adjunto a mi muñeca marcaba las cuatro de la tarde cuando volví al hospital, como había asegurado al doctor.
Y así fue como pasaron los días y me di cuenta que dedicaba más tiempo a estar en el hospital que en mi casa. La mujer que no me importaba se convirtió en mi única compañera. Pasaba tardes enteras en el hospital, hablando con ella, aunque en realidad, no sabía si a través de ese profundo y relajante sueño, escuchaba todo lo que yo le contaba. A veces me dormía sentado, con la cabeza apoyada a sus pies. Sólo volvía a casa para comer, bañarme y pegarme una ducha, sino, o estaba en el hospital o en la calle.
Como acabo de mencionar, empecé a frecuentar más las avenidas de la ciudad. Todo lo que me alejaba de mi vacía y desolada casa me hacía sentir menos mal. Durante el invierno, las plazas se encontraban semivacías,  y eso me encantaba, debido a mis pocas ganas de interactuar con la gente. Solía sentarme por horas en algún banco a contemplar el cielo, los árboles, el mundo y su funcionamiento. Me invadían pensamientos sobre las personas, sobre las civilizaciones, sobre la historia. Mi mente viajaba a través del tiempo y el espacio mientras mi cuerpo permanecía quieto como una piedra en aquel solitario banco. Recién cuando mi mente volvía y se sincronizaba con mi cuerpo, empezaba a sentir el frío invernal y me dirigía al hospital. Sin dudas, esa fue la semana más triste pero más rara de mi vida. Había abandonado mi trabajo, había perdido mis ganas de vivir y una extraña mujer había aparecido en mi patio.
 Hacían ya seis días que la joven estaba internada en el hospital. Una determinada noche, antes de que termine el horario de visitas,  me dormí nuevamente a los pies de la mujer y tuve aquel sueño otra vez. La niña de diez años en llamas se me acercaba y trataba de decirme algo. Yo intentaba huir, pero esta vez me resultaba imposible. Me miraba a los ojos por más que yo tratara de desviar la vista, se me acercaba, ponía su cara contra mi oído y me susurraba unas frases en voz baja. Me desperté agitado, volví a la realidad. Me retiré del hospital y camine sin rumbo por las penosas avenidas durante un par de horas. No podía sacar de mi mente aquel sueño, sin dudas estaba invadiendo mi realidad, mis pensamientos.
_ He avanzado en descifrarlo. – me dije. Antes siempre huía y despertaba, ahora no escapo y ella me dice algo, pero nunca puedo recordar qué es.
La noche se hacía cada vez más espesa. Las estrellas seguían mi rastro como si fuese un intruso en el mundo. Los pasos, mis pasos, eran cada vez más veloces, como si actuaran en contra de mi voluntad. Cuando me di cuenta, ya estaba trotando, escapando por las calles frías y vacías, sin rastros de vida. Ni siquiera yo sabía de qué huía, sólo sabía que debía hacerlo. No había un “alguien” de quien huir, estaba tratando de escapar de mi rutina, de mi pasado, en definitiva, de mí mismo.
Hasta que el pánico se hizo presente, llegaba como un despiadado asesino y entraba en mis sentidos. Me encontré frente a la orilla de un río, que día tras día seguía su curso, me senté y tranquilicé, aquel asesino llamado “pánico” desapareció por completo. Me acosté en un banco y me tapé con la campera. Prefería el frío de la ciudad y el río, al frío de la soledad y tristeza de mi casa. Al cabo de un rato me quedé profundamente dormido, fui entrando a un pozo profundo y oscuro. Al llegar al suelo, el pozo tomaba la forma de la casa en llamas y la chica se hacía presente. Volvía a encontrarla. Esta vez no me asusté, quizás me acostumbré a su presencia. Volvió a acercarse a mí y a hablarme al oído. Increíblemente pude entender cada una de sus palabras como quien aprende un problema matemático tras intentarlo varias veces.
_ No te culpes, hiciste lo que pudiste. – me tomó con sus dos brazos, ambos estaban bastante negros debido a las quemaduras.
_ Por más que trato, me es imposible – respondí mientras las lágrimas brotaban de mis ojos como lo hace la lluvia de las nubes.
_ Vos sobreviviste a ese incendio, es una señal. – Comentó – tenés que seguir, no podés mirar atrás, tenés que mirar hacia delante. – Me quedé mudo ante sus palabras, sinceramente no sabía que responderle. – Pensalo de este modo – hizo una pausa y siguió – Si vos te sentís culpable, yo también. Vos te sentís culpable por no haber podido salvarme, yo me siento culpable por no haber podido ser salvada. Por culpa de eso, arruiné tu vida. Por eso necesitaba hablarte. – la lluvia que caía de mis ojos se convirtió en una tormenta.
_ Tenés que seguir con tu destino. No te arrepientas, yo no te culpo de nada. –  yo estaba llorando de alegría, las lágrimas eran el remordimiento y culpa que salían de mi cuerpo. Una culpa real que sentía desde el día que la vi irse entre las llamas. Quería hablar con ella mucho más tiempo pero fue inevitable. Luego de este corto diálogo, desperté.
Me hallaba en el banco frente al río. La lluvia fue la que interrumpió mi sueño y pude notar que ya era de mañana. Poco me importó, me encontraba excelentemente bien, con un poco de frío, pero con aquella llama interna renacida que me daba calor. Me dirigí a casa y me di una ducha calentita. Luego fui al hospital a visitar a la mujer dormida.
_ Es probable que ya no te visite tan frecuentemente – le expliqué. Aunque, como siempre, no sabía si escuchaba lo que le decía,  pero tenía el presentimiento de que así era. – volveré a trabajar, he revisado lo más profundo de mi ser y he solucionado mi desorden. Me di cuenta que mi trabajo es mi destino. Vendré a visitarte de vez en cuando, lo prometo.

Al día siguiente me presenté en el escuadrón de bomberos. Mis compañeros se alegraron Me disculpé por ser egoísta y no pensar en ellos. La alarma sonó, nos dirigimos a un edificio en llamas, había gente a la que rescatar. Entré en la primera habitación, el fuego la invadía, el humo también.
_ Este fuego no es nada comparado al fuego de mi interior – me dije. – he recuperado la voluntad, esa llama que se había apagado y hoy arde como nunca. Me adentré en aquel infierno y en el mismísimo momento que lo hice tuve una visión. Era el hospital, el cuarto de la mujer dormida. Ella había despertado, pude verla, se paró en la habitación y me sonrió con sus ojos abiertos de par en par. Luego desapareció, se desintegró como el humo en el aire, pero siempre con esa sonrisa que jamás olvidaré, como habiendo logrado su cometido.
Salí de esa visión, y me dispuse a buscar a las personas atrapadas en el fuego mientras pensaba:
_ Parece que no habrá más visitas al hospital.

8 comentarios:

Anónimo 7 de febrero de 2011, 20:26  

me gusto, me gusto, sobretodo el final
muy dramatico

lo unico fijate de no mezclar el español argentino con el mejicano, que me parecio que por momentos se mezclaban

nacho

Andrés Guaranelli 7 de febrero de 2011, 21:10  

si, ese es el gran problema que tengo, a veces meto palabras como "podés" y otras veces mando un "puedes".

Tengo la mezcla porque generalmente los libros que leo están en español (de españa).

Anónimo 11 de febrero de 2011, 13:30  

Hola, me gustó mucho el cuento. Por ahí no me termina de cerrar bien que sea su hija, me da la sensación de que en ese caso no recuperaría las ganas de vivir sólo por un sueño. Eso le saca un poco la credibilidad al relato.
Pero lo que dije antes, me gusto mucho.

Suerte!

Andrés Guaranelli 11 de febrero de 2011, 18:20  

Mirá, la verdad que a mi tampoco me terminaba de cerrar en su momento jaja. Fue más que nada algo que se me ocurrió cuando ya tenía escrita gran parte de la historia. Lo leí varias veces y no me terminaba de cerrar que un bombero pierda su voluntad de vivir por el mero hecho de no poder salvar una vida, cuando se supone que ya están preparados para eso y, como mencioné, el protagonista trabajó durante 10 años (por lo que experiencia no le faltaba). Por eso decidí hacer que aquella chica, cuya muerte tanto lo había perturbado, sea su hija.
Sobre el otro punto, no tuve mucha intención de crear algo "creíble", desde el inicio, aparece "la voluntad" personificada como una mujer, que solo despierta cuando el protagonista reanima su llama interna. Es un cuento bastante fantástico, en un mundo realista, con toques de magia y sueños un poco más cerca de la realidad (por eso el protagonista cree que la charla con su hija está más allá de un simple sueño cotidiano).

Me alegro que te haya gustado. Y también me gustó tu opinión, las críticas constructivas ayudan mucho a mejorar.

Saludos.

Anónimo 12 de febrero de 2011, 13:02  

Hola de nuevo!

Para mí era todo un sólo punto, no me resultaba creíble que vuelva a trabajar no habiendo podido salvar a su propia hija. A eso me refería. Pero repito lo que dije antes, el cuento me gustó mucho y eso, al fin y al cabo, es lo importante.

Por si te sirve de referencia, llegué a tu blog por el enlace de tu firma en Ábrete libro :)

Andrés Guaranelli 12 de febrero de 2011, 13:20  

ah ok, ahí entendí :P

Sirvió ponerlo en ábrete libro entonces.

Saludos!

Luis 13 de febrero de 2011, 16:54  

Me gustó mucho. ;)
Un saludo

Anónimo 14 de febrero de 2011, 21:17  

Muy bueno el relato! Espero que pongas mas de estos cuentos...
Un saludo !

Agustin

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